Capítulo 14 Imaginación Suicida

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Era la hora del té. La asustadiza señora invitó a su casa a Sherlock y John para disfrutar de la tradicional hora contarles el incidente. El detective y el doctor estaban sentados en un enorme y desgastado sofá; ambos observaban la vivienda decorada en un papel tapiz decolorado y rasgado, y el aroma a humedad cubría el lugar. Al fin y al cabo era una casa antigua.

—Sherlock... —susurró el doctor tratando de controlar el tiritar de su mandíbula. Aún se encontraba impactado.

—Mantén la calma, John —respondió sereno el detective—. Te necesito firme.

A sus espaldas escucharon como la señora salía de su cocina con todo el instrumental para el té. Sus manos no paraban de temblar y era probable que todo cayera, así que, John siendo todo un caballero, se alzó de su lugar y le ayudó con las vasijas.

—Que amable es usted jovencito —dijo sonriente y sosteniendo su bufanda. John respondió con la misma sonrisa y posicionó todo en la mesa. Se acercó a su vajilla y comenzó a servirles el té—. ¿Así que ustedes son amigos de Samara?

—Si —contestó Sherlock. John le miró con advertencia—. Viejos amigos. Del colegio.

—Curioso —continuó, dándole la primera taza a John—, jamás le conocí algún amigo a la pobre de Samara.

Alzando sus cejas John retomó su asiento junto a Sherlock y le dio un sorbo a su té. El sabor era horrible pero trató de disimular aquella mueca.

—Qué extraño —prosiguió Sherlock con una falsa sonrisa y aceptó la taza de té—. Samara era demasiado sociable en el colegio ¿verdad? —preguntó a John, quien ponía su taza sobre la mesa.

—Sí... Sí, Samara era toda una chica socialité —sonrió nervioso.

Sherlock rodó sus ojos ante aquella respuesta.

—No puedo imaginarme a Samara siendo así —sonrió con ironía.

—Señora —interrumpió John—, sonará algo rudo pero, ¿podría contarnos por qué Samara se suicidó?

Está vez el detective alzó una de sus cejas y vio de reojo a su amigo.

—Claro... claro que sí, es solo que aún no lo podemos creer. Samara, a pesar de ser reservada, se veía una mujer feliz siendo una buena madre con su hija —en eso la señora dio un trago a su té.

—¿Su hija? —fingió Sherlock.

—Si —contestó curiosa—, la pequeña Isabelle. ¿La conocieron?

John y Sherlock se observaron casi a tal punto de curiosearse con tal de darse alguna respuesta.

—Supimos que estuvo embarazada —habló John—, pero no tuvimos la oportunidad de conocer a la niña.

—¡Oh! —Exclamó como si nada, mientras volvía a tomar el té— Una terrible pena. Una niña muy bonita pero, si la hubieran conocido, habrían notado su... peculiaridad.

Los dos hombres se miraron extrañados.

—¿Peculiaridad? —Preguntó extrañado John—. ¿Por qué esa palabra?

—Bueno, la pequeña Isabelle, no era una niña normal. Era... como les digo... Era rara la pobrecita — finalizó con un sorbo al té.

Sherlock y John observaron a la anciana; uno con aire despectivo y el otro sorprendido.

—¿Por qué rara? —continuó Sherlock con tono molesto. John volteó a mirarle sin disimular.

—Bueno, no se llevaba bien con los demás niños del vecindario. No jugaba, no convivía, no participaba en ninguna actividad.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora