Capítulo 33 Gajes del Oficio

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—Necesito tu ayuda... —con un nudo formándose en su garganta, Sherlock repitió suplicante ante Irene.

Sin poder creer la misericordia del detective, ella tragó difícilmente y le observó fijamente.

—Debe ser algo muy serio para que vinieras a buscarme.

—¿Interesa saber el trasfondo de ello?—cuestionó petulante.

—Puede... Pasa, no te quedes ahí.

Irene se hizo a un lado y veloz Sherlock se adentró al apartamento. Dentro del lugar el detective observó lo curioso que era aquel sitio, no había elegancia ni lujos, como cuando ella vivía en Belgravia; tenía un departamento que podría considerar simple, común y eso no le gustaba, no era parte de ella pero entendía los motivos.

—Solo déjame cambiarme y hablamos, ¿sí?

Sherlock volteó a verle y le prestó más atención. No había notado que Irene se encontraba en bata de baño y con el cabello humedecido, había irrumpido la rutina matinal. Él se encogió de hombros, como si no la hubiera visto ya desnuda. Irene sonrió suavemente y se dirigió hacia el cuarto del baño. Sherlock le observó por el rabillo del ojo hasta que entró a la recamara y se encerró. Suspiró amargamente y tomó asiento en el sillón individual. Sabía que sería una larga mañana.

Bell desayunaba tranquilamente, su tía no se dispuso acompañarle y eso le alegraba, un desayuno en paz era satisfactorio para ella pero, mientras saboreaba los biscuits que la señora Hudson le había dado el día de la misa (y que cuido celosamente), al comedor llegó Richard con su maletín en mano y ajustando su corbata.

—Buenos días Bell —saludó algo agitado.

—Buenos días Richard —respondió sería.

—¿Qué tal tu desayuno? —preguntó mientras tomaba asiento.

Bell le observó curiosa.

—Normal.

—Me alegró —dijo con una sonrisa. Bell frunció el ceño—. Bell, ¿sabes? Hay algo que me gustaría hablar contigo.

La niña siguió mirando curiosa a Richard.

—¿Qué pasa? —cuestionó sin ánimos.

—Bueno, lo primero que me gustaría hablar es sobre tu educación. Sabemos que el señor Holmes estuvo dándote clases particulares pero, tú tía y yo hemos pensando en que es mejor que volvieras a la escuela.

Bell quedó pasmada ante ello.

—¿A...? —Tartamudeo— ¿A la escuela?

—Así es —dijo mientras le daba un trago al jugó de naranja—. Sarah y yo creemos que sería algo bueno para ti, más que nada para que te desenvuelvas con los niños de tu edad —terminó con una sonrisa. Bell le miró casi en pánico, y él lo notó—. ¿Pasa algo?

—¿A la escuela? —insistió.

—Ah, sí... ¿No te agrada la idea? —cuestionó preocupado. Con una terrible dificultad la niña sonrió y negó con la cabeza. Richard sonrió y dio otro trago al jugo—. Me alegra que te guste la idea, Bell. También ya estoy buscando un tutor para que te imparta clases de piano.

Bell se mantuvo mirando a Richard con una falsa felicidad, tan falsa que no entendía cómo es que él no lo veía.

—Bien —respondió amargamente y retomó su desayuno.

Sherlock llevaba cuarenta y cinco minutos esperando en la sala a Irene. El detective comenzaba a impacientarse, tenía el conocimiento que una dama tomaba un tiempo para prepararse, pero Adler había abusado de ese tiempo y él no podía desperdiciar más de ese amado tictac del reloj. Sin importarle el respeto ajeno, se alzó del sillón y se dirigió hacia la recamara de baño.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora