Capítulo 27 Las Cuatro Estaciones II

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Sherlock y John se mantuvieron bajo el dintel de la habitación del pequeño Sebastian Moran. Ambos sentían como el ambiente les amarraba en una gran pena e intranquilidad; John difícilmente tragó y volteó a ver a Sherlock, quien lucía con su clásica indiferencia, pero en sus ojos había seña de inconformidad.

—Bien —habló mientras juntaba sus manos—. Hay que comenzar esta primera parte.

—De acuerdo —respondió John con aire melancólico—. ¿Qué quieres revisar?

Sherlock volteó con John, no había comprendido aquel tono en su respuesta, pero si más que decir, entró a la habitación del pequeño. John, quien se quedó recargado en el dintel, posó sus ojos sobre su amigo y este empezó analizar la habitación.

Sherlock analizó cada rincón de ese lugar, la escena del crimen había sido desvanecida gracias al trabajo del forense y el tiempo, pero eso no le limitaba. Caminó por la habitación analizando el más minucioso detalle, desde la vacía base de la cama al empolvado armario y hasta el escritorio, en donde pudo encontrar una pequeña libreta con unos dibujos nada gratos. Él tomo la libreta y se la lanzó a John, Sherlock no debía dejar escapar nada. John siguió al detective con la mirada y en ratos se escuchaba como tragaba saliva difícilmente, eso le generaba una inexplicable tensión al detective.

—¿Algo? —interrumpió John.

—No... Pero sé que hay algo.

—¿Cómo qué?

Sherlock se detuvo y volteó hacía con John.

—Quien matará a los Moran —habló, disimulando la tensión en su garganta—, no tuvo remordimiento... Y cuando no hay remordimientos, las pistas quedan al aire.

John, confuso por aquellas palabras, frunció su ceño mientras removía su cuerpo del marco de la puerta. Sherlock se quedó inmóvil, observando hacia un punto muerto en la habitación. Parecía que lo tenía, estaba ahí, ese algo estaba frente a él.

 Parecía que lo tenía, estaba ahí, ese algo estaba frente a él

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—¿Sherlock? —llamó John pero este le ignoró.

—Necesitamos luz ultravioleta —soltó de repente.

—¿Qué?

—Llama a Lestrade y dile que venga junto con el inútil de Anderson —ordenó, sonando como el Sherlock de siempre—. Iré a revisar la cocina.

Sherlock le pasó de lado a John y este le observó confundido y exaltado. El detective bajó los escalones, y al asegurarse que John no le hubiese seguido, posó ambas manos sobre su rostro y dejo escapar un suspiro agotador. Solo fueron cinco minutos y fueron los necesarios para hacer sentir al inconfundible Sherlock Holmes una terrible desolación.

El detective yacía recargado en la base del fregadero de la cocina, estaba de brazos cruzados y mirando a la nada. No sé dispuso a investigar la cocina porque la muerte de Eloise Moran había sido la más rápida y limpia de las tres, no necesitaba tanta deducción. Su cabeza estaba ocupada con otras cosas y eran demasiadas y trató buscaba como mantenerla fría. A la cocina entró John mientras miraba la libreta de dibujos del niño.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora