Capítulo 13 La Gracia del Saber

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Sherlock e Isabelle se encontraban sentados en la pequeña cocina del 221B. Ambos llevaban puestos googles transparentes y la niña tenía en sus manos unos enormes guantes anti fuego. El detective se encontraba tecleando en su celular a una velocidad increíble que la pobre de Bell se había mareado de verle en tal proceso.

—¿Sherlock? —preguntó fastidiada.

Él alzó su mano izquierda y con el dedo índice al aire le pidió que le esperará. Isabelle suspiró con amargura y apoyó su mandíbula en los enormes guantes.

Pasaron unos minutos, que a la niña se le hicieron una eternidad, y Sherlock bajó el móvil y miró a la niña con el ceño fruncido.

—¿Twitter, verdad? —curioseó hastiada.

—¿Algún problema?

—Llevas varios días twitteando.

Sherlock alzó una de sus cejas y le miró con algo de arrogancia.

—Insisto. ¿Algún problema?

—Solo fue un comentario —contestó mientras movía sus manos y se abrazaba a sí misma.

—Bien —se alzó de la silla y cambió su mirada por una más tranquila—. Ahora Isabelle —continuó, tomando un soplete que había junto a su microscopio—, debemos continuar con nuestro siguiente tema. Será algo sencillo. No te llenaré de tanta información como en las clases pasadas, así que, hoy veremos el fuego —apretó el gatillo y una enorme llamarada salió. Bell miró sorprendida.

—¿Fuego?

—Así es. Pero antes un leve repaso de nuestras clases. ¿Qué hemos aprendido?

Bell cabeceó y se puso en posición para responderle.

—Hemos visto sobre la descomposición de la carne y como deducir el tiempo a través de su putrefacción —mencionó con una enorme sonrisa.

—¡Perfecto! Ahora que estamos al tanto de lo pasado, necesitamos este tema básico de la química.

—Ok —continuó con su sonrisa.

—¿Tienes con que escribir?

—¡Si! —animosa respondió mientras alzaba sus plumas y una libreta.

—¡Excelente! Comencemos —exclamó feliz el detective mientras volvía apretar el gatillo del soplete.

La señora Hudson se encontraba en la planta baja, cocinaba sus biscuits y pudo percibir un ligero aroma a quemado. Preocupada se dirigió a su horno, le abrió y pudo observar que sus biscuits no tenían nada de quemado, es más, aun no llegaban a su punto. Alzando sus hombros por la duda cerró el horno y decidió ponerse a limpiar la cocina con su aspiradora. Una vez limpiando pudo volver a percibir aquel olor a quemado, esta vez, era más intenso que al principio. Preocupada se acercó a su estufa, abrió la rendija del horno y miró sus biscuits los cuales apenas tomaba un color dorado. Confusa la señora Hudson cerró el horno, alzándose curiosa y pensativa; inhaló con fuerza y distinguió como ese aroma a quemado no provenía de su cocina, era de otra área. Sin parar de olfatear salió de la cocina para acercarse a los escalones. Al pie de ellos su nariz percibió que ese aroma se intensifica.

—¡¿Sherlock?! —Gritó, pero no obtuvo respuesta—. ¡¿Isabelle?!

Nada. No hubo réplica de ambos.

Ansiosa porque el aroma aumentaba la señora Hudson subió las escaleras a toda la velocidad que su cuerpo le permitió.

Al arribar al segundo piso llegó a la puerta, donde se dirigía a la cocina del apartamento, y abrió de golpe. Asombrada miró a Sherlock como con su bata de dormir apagaba un fuego proveniente de la mesa. La niña sorprendida estaba a su lado y sostenía un soplete.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora