Capítulo 36 Los Chicos No Son Buenos

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Isabelle negó con su cabeza mientras veía aquel aventurero que había osado hablarle. Ese niño se mantuvo sonriente, con su brazo extendido y la mano bien abierta, en espera del caluroso apretón de bienvenida.

—¿Si hablas, verdad? —cuestionó. La niña reaccionó y enfocó la mirada—. Debes de hablar, y la verdad, me gustaría oír tu voz.

Bell frunció el ceño mientras analizó al pequeño. Era de su misma edad, quizás, unos meses más grande que ella; su cabello era castaño y poseía ojos marrones oscuros. Observó el uniforme y notó como la parte baja del pantalón se veía desgastada, dándole a entender que gustaba de andar en bicicleta. La campana sonó e Isabelle volvió en sí, el niño bajó su brazo, pero aún mantenía su peculiar sonrisa. Todos los alumnos caminaron apresurados hacía la entrada, Bell y el niño estorbaban, así que ella se dio la media vuelta y comenzó adentrarse entre los demás jóvenes, escuchando como ese niño se despedía:

—¡Te veré en el receso! —exclamó.

Sintiendo como sus mejillas se calentaban y se teñía en rojo, aceleró su paso para no verle ni oírle. Ella no debía hablar con los niños, tal y como Sherlock le había dicho. Y así lo haría.

Sherlock había tapizado su nueva "habitación de psiquiátrico" con todos los papeles sobre el caso de Samara. Observó con suspicacia el decorado: el blanco no resaltaba con todos los colores provenientes de fotografías, papeles viejos y las tintas entre ellos. Sherlock se sintió como un pésimo decorador cuando toda su vida se admiró de ello.

 Sherlock se sintió como un pésimo decorador cuando toda su vida se admiró de ello

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—Tal vez... —susurró—. Tal vez spray amarillo... sí, eso haré —en ello el detective escuchó como tocaron a su puerta—. Adelante.

Y observó a Teresa.

—Eh —habló con una envidiable confianza. Sherlock suspiró amargamente—, Lady Sarah quiere que vayas al comedor, necesita hablar contigo.

—En unos momentos voy. Gracias Teresa —dijo con una falsa sonrisa. Ella le miró seriamente y antes de cerrar la puerta Sherlock volvió hablarle—: Y por favor, has valer tus clases de actuación y trátame con cortesía.

—¡Oh, perdóneme mi lord! —Exclamó sarcástica—, como si no nos hubiéramos visto en la casa de Bill...

—Hablo en serio —con una terrible seriedad respondió.

Teresa pasó sus manos por sus labios, en señal de cerrarla y salió de ahí. Sherlock volvió a suspirar amargamente, y mientras se alistaba para su almuerzo con Sarah Jones, observó uno de los varios papeles en la pared, se acercó y lo tomó. El detective salió de su habitación y se dirigió al comedor para poder disfrutar de un agradable desayuno.

Sarah se encontraba leyendo el periódico mientras tomaba una taza de té y desayunaba una ensalada de frutas; alzó la vista y miró bajo el dintel al detective.

—Señor Holmes, me alegro que me acompañe al desayuno —saludó con una falsa sonrisa, la cual Sherlock de igual manera respondió—. Pero por favor, no se quede ahí. Tomé asiento.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora