CAPÍTULO I

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«Prohibido pasar».

     La cinta amarilla con letras negras fue lo primero que Jason divisó al salir del auto. Echó un vistazo a los alrededores, a las leves ondulaciones verdes que antecedían al muro de la abadía, el lugar de la escena del crimen de acuerdo con lo que sus agentes le habían informado. Todavía se preguntaba cómo había sido posible; las cámaras de seguridad funcionaban las veinticuatro horas del día, así como la guardia.

     ―Director Wagner, ¿sabe si esto es obra de los Minoritarios? ¿El asesino estudiaba en la universidad? ¿Podría estar aún suelto en la abadía?

     Wagner se agachó para pasar por debajo de la cinta amarilla, ignorando las preguntas de los reporteros del periódico nacional. Bastaba con arrojar una palabra ambigua para que los columnistas redactasen un informe que hiciera entrar en pánico a los estudiantes, y pánico era lo menos que necesitaban. Desconocían si el crimen en había sido cometido por una célula terrorista, un imitador de mala fama (tal y como había sugerido la iglesia), o si se trataba de un asesinato pasional y ya. El agente se aferraba a la evidencia, la cual se hallaba en el muro, no con los reporteros.

     Si bien su cabello rubio era corto, se movía por el viento a medida que caminaba colina arriba, así como su abrigo beige de botonadura doble se ondulaba a su paso. El viento no cesaba en los Pirineos, por lo que ya estaba acostumbrado. Vio una segunda división con cinta amarilla, esta vez con las palabras «ESCENA DEL CRIMEN», lo cual le provocó una leve sonrisa. «Ha sido obra de Huges», supuso. Estaba seguro de que el conde Huges DeBlanckfort había ordenado colocar esa doble barrera para que los estudiantes y reporteros no llegaran a ver una escena —de acuerdo al informe— tan estremecedora. Un desesperado intento del padre de Devon para mantener la calma en la sociedad; a su hijo lo coronarían en un par de meses, y, tras veinte años de relativa calma, lo menos que necesitaban eran escándalos que evitasen la reinstauración de la monarquía. Los más supersticiosos lo tomarían como una señal, y los linajes reales podrían volver a discutir acerca de quién debería ser coronado rey, algo que Wagner prefería evitar dado que el D.I.I. era parte del Consejo Supremo y esas sesiones eran una pérdida de tiempo.

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