CAPÍTULO 4

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Cuando el chico de cabello rubio se alejó, Nínive subió un par de escalones para quedar codo a codo con la doctora De˗Ràzes

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Cuando el chico de cabello rubio se alejó, Nínive subió un par de escalones para quedar codo a codo con la doctora De˗Ràzes. En un principio se había rezagado para evitar fatigarse; cualquier actividad representaba un esfuerzo físico a causa de la anemia de células falciformes. También era una buena excusa para no tener que improvisar una conversación. Se enfocó en absorber cada detalle del edificio, pero, pese a la extraña ubicación en medio de los Pirineos, lucía como cualquier otra antigua universidad europea; bóveda de crucería, ventanas de arcos apuntados o lobulados, columnas con capiteles elaborados, vidrieras llenas de color... Estaba más preocupada por otras cosas, como el minúsculo intercambio de palabras que acababa de oír.

     —Creía que hablaban inglés —le dijo a De˗Ràzes.

     La doctora mantuvo su mirada fija en el camino.

     —Jamás afirmé tal cosa. La universidad es bilingüe, Nínive. Háblales en inglés y ellos harán lo mismo.

     Nínive arrugó el ceño. Estuvo a punto de protestar, pero un leve dolor en su tórax la distrajo y fue a su vez un recordatorio: no estaba allí para quejarse por estupideces. No necesitaba entender a todos, bastaba con comprender a De˗Ràzes. La afamada bioquímica se especializaba en el estudio de la hemoglobina, y las posibilidades de hallar una cura a su lado se incrementaban a nivel exponencial. Le bastaba con recordar cómo se habían conocido semanas atrás, en el Pen Bay Medical Center:

     —¿Transfusión fallida? —había repetido Heims. Era uno de los médicos que seguía el caso de Nínive de cerca. También era uno de los motivos por los cuales Nínive decidió estudiar ciencias: cuando ella tenía siete años, Heims le había dicho que si estudiaba mucho, mucho, mucho, podría llegar a encontrar una cura. Ella le creyó, y no tardó en pedir libros de biología para Navidad.

     No obstante, aquel día la cura parecía estar fuera de alcance. La transfusión por la que Nínive había esperado tantos años había sido rechazada por su propio organismo.

     Heims enmudeció al oírlo.

     —¿El rechazo fue dirigido al vector en sí o algunos de los hematíes?

     «¿Acaso eso importa?», pensó Nínive, cansada de tantos tratamientos, aunque se deshizo de esas emociones al instante. Se había graduado meses atrás, por lo que el laboratorio del hospital se había convertido en su nuevo lugar de trabajo. Tenía que actuar como una profesional, incluso si se trataba de su propia salud.

     Hizo una mueca al recordar la expresión que el doctor Colleman había utilizado en su despacho. Si el rechazo lo había sorprendido a Heims, no se imaginaba lo que podía pensar del diagnóstico.

     —Según Colleman, los he aniquilado.

     —¡¿Qué?! —Heims abrió totalmente sus ojos.

     —P-pero —Curt, científica y además colega, comenzó a sacudir la cabeza—... El grupo, el factor... ¡Todo! ¡Era la muestra perfecta, ¿cómo pudo haber sucedido?!

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