CAPÍTULO 33

332 66 59
                                    

Hilos de sangre caían sobre los azulejos blancos del cubículo

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Hilos de sangre caían sobre los azulejos blancos del cubículo. Allí, recostado contra la pared, se encontraba el chico mutilado y sin vida. Nínive torció el gesto al ver que King le había colocado una corona de plástico en la cabeza. Con cuidado de no pisar una sola gota de sangre, se agachó frente a la víctima.

—No puedo tocar nada, lo sé —le dijo a DeBlanckfort, quien estaba detrás de ella con su hombro contra el marco metálico de la puerta—. No hay tanta sangre como para afirmar que estaba vivo cuando le arrancaron los ojos. No soy experta, pero... no me extrañaría saber que su corazón dejó de bombear antes de la extirpación. ¿Wagner vendrá? Él sabe de estas cosas más que yo.

—Es probable que sus oficiales lleguen en cualquier momento para examinar la escena. No creo que nos permitan quedarnos.

Nínive asintió.

—En ese caso... —Se trasladó hasta la encimera de granito donde había dejado su maletín y rebuscó en él hasta dar con un par de guantes de látex.

Devon frunció el ceño al percatarse de lo que hacía.

—¿Por qué llevas guantes contigo?

—Recaídas. A veces el SCD juega malas pasadas, por lo que, siempre tengo un mini botiquín a mano. —Cogió un bastoncillo de algodón y regresó al cubículo para poder sumergirlo en el charco de sangre que formaba en una de las cuencas oculares—. Es más densa de lo que podría esperarse... —Nínive se puso de pie y ocultó el bastoncillo cuando escuchó pasos ingresando al baño.

—Su Alteza, el director nos ha pedido que fotografiemos la escena.

DeBlanckfort asintió con su cabeza y miró a Nínive.

—Supongo que tu diversión se termina aquí —dijo al despegarse de la puerta. Ella le dedicó un mohín burlón ni bien le dio la espalda.

«Me gustaría verte hacer lo mismo sin vomitar», pensó mientras recogía sus pertenencias con cuidado de no dejar al descubierto la muestra o el par de guantes que se había quitado antes de abandonar el pequeño cubículo. Se despidió de los oficiales con una sonrisa de los más tensa y salió al Punto Uno, donde sólo había oficiales y guardias armados hasta los dientes. Procuró actuar como si nada cuando cruzó el espacio abierto y pasó por debajo de la cinta plástica amarilla, directo hacia las escaleras, también flanqueadas por un puñado de guardias.

De acuerdo con DeBlanckfort, la reunión con Wagner se adelantaría un par de horas, por lo que necesitaba darse prisa y analizar la muestra antes de que alguien se apareciera en el laboratorio. Cuando llegó a la entrada del Pabellón de Reims, los oficiales le permitieron el ingreso, tal y como DeBlanckfort le indicó que sucedería. «Qué lindo cuando todos hacen lo que quieres —pensó para sus adentros—. Menuda suerte». A solas en el laboratorio, sacó el bastoncillo henchido de sangre y quitó con un par de pinzas la cubierta de algodón y la depositó en el tubo de ensayo. Miró por encima de su hombro hacia la puerta para cerciorarse de que no había nadie, y se inmediato se dirigió hacia el cromatógrafo acoplado con el espectrómetro de masas que, según Agnès, era de los mejores en el mundo. Se aseguró de subir las llaves de la máquina, corroboró la temperatura, colocó la muestra en el inyector y rezó para que diera resultado pese a lo pequeño que era el algodón. «Ahora solo queda esperar», pensó al sentarse en una silla. Los ojos de Nínive quedaron sobre la pantalla del ordenador, a la espera de que el espectrómetro arrojara los resultados. Ni bien figuraron en el sistema, imprimió varias copias, apagó ambas máquinas y los guardó dentro de su maletín por temor a que Wagner decidiera llegar antes y se encontrase con los estudios no autorizados. Sin embargo, diez minutos más tarde, el primero en cruzar la puerta del laboratorio fue DeBlanckfort.

SangbìbiersWhere stories live. Discover now