CAPÍTULO 47

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La oficina del duque se encontraba en penumbras

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La oficina del duque se encontraba en penumbras. Las pesadas cortinas de terciopelo ocultaban las ventanas apuntadas, y unos pequeños haces blanquecinos proporcionaban lo indispensable para proyectar su silueta a contraluz, hundida en un sillón tapizado, donde bebía una copa con sangre. Era sangre terrestre, tan terrestre como la chica sin educación alguna que acaparaba las portadas de todos los periódicos: «Nínive Bryce: la terrestre que tiene al rey a sus pies», «¿Quién es Bryce, la terrestre que el príncipe defiende a costilla del pueblo?», «Marie-Helénè: ¿suplantada por un terrestre?»... El duque arrojó el ejemplar de Le Sang por los aires.

Bebió su copa de un solo trago, deseando que se tratase de la propia sangre de Bryce, a quien gustosamente le drenaría hasta la última gota para arrojársela a sus sabuesos.

Cuando oyó los toques en la puerta aguzó sus sentidos, y procuró recuperar su compostura al ponerse de pie para abrirle a su colega, el conde Huges DeBlanckfort, a quien había citado mediante uno de los guardias ni bien el desastroso juicio del día anterior hubo sido dado por terminado. Abrió la puerta y no se sorprendió cuando notó que el conde tenía un par de pronunciadas ojeras, cual sombras violáceas.

—Huges, amigo. —Extendió su brazo a modo de invitación—. Ven. Pasa, por favor.

El conde DeBlanckfort arrastró una mano a lo largo de su rostro cansado.

—Supondré que has tenido una noche tan tormentosa como yo. —Herald esperó a que Huges tomase asiento en uno de los sillones y después hizo lo mismo—. Apenas sí he conseguido pegar un ojo entre las llamadas acosadoras de la prensa y mi propia familia.

SangbìbiersWhere stories live. Discover now