CAPÍTULO 26

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A

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A.J. monitoreaba sin ánimos cada cámara de la primera planta, la cual el heredero de los DeBlanckfort había ordenado mantener despejada, sobre todo dentro del Pabellón de Reims. Para colmo, Wagner había emitido un comunicado en el que se instaba a seguir los pasos del profesor LeBlanc, lo cual no tardaría en contarle a Jeff, por si acaso.

Se plantó otro puñado de palomitas y limpió las que cayeron sobre su vestimenta. Si no ocurría nada emocionante en cinco minutos, moriría del aburrimiento. Ya había visto las cintas del día del asesinato como diez veces, pero allí no había nada: el chico y la chica eran amigos, por lo que no había nada sospechoso en las tomas, lo cual le ponía los nervios de punta, puesto que dos de sus mejores amigos siempre caminaban igual que la pareja que había fallecido. Estaba convencido de que Jeff nunca se uniría a algo así, pero las coincidencias le hacían temer lo peor.

—Joven Jackson.

A.J. se sobresaltó y bajó sus pies del escritorio ni bien escuchó la voz del prior a sus espaldas. Sacudió los restos de palomitas del mobiliario y de su atuendo al tiempo que acomodaba todo a su alrededor.

—Um, Pierrick... Digo, Gran Maestre. Yo... —Silenció cuando el prior guio una mano hacia el interior del manto azul profundo con ribetes dorados.

—He venido porque debo pedirte dos cosas —dijo. A.J. asintió—. Soy muy consciente de que lo siguiente interfiere con nuestras leyes constitucionales, pero las escrituras son claras. Necesito que a partir de mañana congeles cada toma que muestre a la señorita Bryce y vuestros amigos.

A.J. quedó boquiabierto un momento.

—P-pero...

—Bien sabe usted que nunca le pediría semejante ilegalidad por mi cuenta. Es por un bien mayor, joven Jackson. Así como también le pediré que los movimientos del joven DeBlanckfort no sean seguidos durante el día hoy. Es lo que indica el Verum Illustratum.

A.J. asintió con su cabeza y no contradijo al maestre, aunque por dentro se preguntaba si sería atrapado por el D.I.I. ahora que estaban pendientes de las cintas de seguridad. Lo único a su alcance era cruzar los dedos para que no se dieran cuenta. Sabía que, en caso de denunciar las irregularidades, el priorato votaría en contra de sus cargos, pero temía que el caso llegase a oídos de Jeff. Su amigo sospecharía, pero A.J. no podía decir nada, y eso podría arruinar una amistad que, también de acuerdo con el Verum Illustratum, no podía romperse.

—También hay algo para usted, joven Jackson. —El prior extendió un sobre en su dirección—. Se lo envía un viejo amigo.

A.J. volvió a asentir.

El prior, sin más peticiones, abandonó la Sala de Control en perfecto silencio.

A.J. contempló el sobre desgastado con sello de lacre entre sus dedos y suspiró. Sabía que era una profecía, y cada vez que una de esas llegaba se sentía como un traidor, porque no podía confesarles a sus amigos todo lo que sabía respecto al priorato. Era un juramento que había hecho años atrás, cuando Pierrick evitó que fuera a prisión tras ocasionar tensiones internacionales al hackear al Pentágono. El prior había sugerido darle un puesto en la Sala de Control para aprovechar sus habilidades, y un par de días después lo citó en su despacho para pedirle que se uniera a ellos.

Volteó el sobre de un lado a otro y rompió el sello para poder desplegar el mensaje de apenas un par de líneas:

Cuando ellos te digan «revisa», no revises.

Observa con mucha atención.

XXII. V. MMXVII

A.J. frunció el ceño. Rara vez los mensajes hablaban de una fecha en el futuro. Pero este indicaba el veintidós de mayo, y para eso restaban cuarenta y ocho horas. Sin embargo, al escuchar voces de sus compañeros, se apresuró a guardar la carta en uno de sus bolsillos y se vio forzado a pensar en los posibles significados mientras vigilaba el Pabellón de Reims, por el cual circulaba Bryce, a quien debía quitar del mapa junto con DeBlanckfort y sus dos amigos. «Menuda tarea has pedido», le dijo a Pierrick en su mente.

SangbìbiersWhere stories live. Discover now