CAPÍTULO 19

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Devon

19 DE MAYO, 2017

ESCALERAS SUBTERRÁNEAS,

PABELLÓN DE ETIÈNNE, 3ER PISO.

Dos oficiales del D.I.I. fueron los primeros en azotar la minúscula puerta de las antiguas escaleras que intercomunicaban los tres pisos de la abadía. Eran de uso exclusivo para miembros de la realeza o del Consejo Supremo, pero las circunstancias habían guiado a DeBlanckfort a hacer una excepción: un guardia sostuvo la puerta para que Wagner saliera hacia los corredores del Pabellón de Etienne, seguido por el heredero, quien cargaba a la señorita Bryce en sus brazos, todavía inconsciente.

     Wagner aseguró el perímetro y le indicó a DeBlanckfort que se acercara.

     —Q-qué... ¡¿Qué está ocurriendo aquí?! —Nicodème se precipitó hacia ellos cuando divisó al heredero. Su mandíbula se calló hasta el suelo cuando reparó en la chica que pendía en sus brazos—. ¡¿Qué se cree que hace?! ¡¿Os habéis vuelto completamente locos?! Y usted, Wagner, que conste que le informaré de sus prácticas a mi superior. ¡¿Cómo osa permitir que Mi Señor cargue con... esa aberración humana?! —Soltó un lamento al tirar su cabeza hacia atrás—. Oh, por favor, Señores de la Luz, perdonad a Mi Señor por semejante pecado... ¡Regresad aquí de inmediato! No toleraré tal desprecio hacia...

     Nicodème se frenó de golpe cuando Devon hizo lo mismo y se giró para mirarlo a los ojos. Una mirada glacial que nunca antes había visto en el futuro monarca.

     —Te recuerdo que tanto Wagner como yo poseemos inmunidad diplomática. Yo que tú, cierro la boca y me quedo aquí. Ni un paso más, Nicodème.

     El ovum luxiriano boqueó, luchando por no contradecir a su superior, pero formó dos puños con sus manos ni bien el grupo de uniformados reanudó el camino hacia el Pabellón de Lyss, con DeBlanckfort y Wagner a la cabeza.

     —P-pero... ¡Ugh! —Pataleó en dirección opuesta—. ¡Veremos qué clase de inmunidad gozáis cuando se lo diga al conde! ¡Su Excelencia no admitirá tal atropello!

     Los agentes del D.I.I. formaron un muro humano al cruzar el balcón interno que daba al Pabellón de Lyss para evitar que los estudiantes alcanzaran a ver algo desde el segundo piso. Tomaron el camino más corto hacia la enfermería, y DeBlanckfort ni siquiera se detuvo en la sala de profesores a la hora de pedirle al profesor LeBlanc que lo siguiera, ya que no solo había detectado su esencia en la sala, sino que la Doctora De-Ràzes también se encontraba en medio de su descanso.

     —¡LeBlanc! —dijo al pasar tan rápido como pudo para evitar ser vistos. Conocía a De-Ràzes y su carácter obsesivo demasiado bien, y lo menos que necesitaba ahora era un sermón anti monarquía.

     —¿Qué demonios...? —El profesor cerró la puerta y corrió en dirección al grupo de guardias al distinguir a Devon. Sus cejas se juntaron y su rostro palideció al ver que cargaba al terrestre—. ¿Q-qué ha pasado? —Echó un vistazo por encima de su hombro y Devon supo por qué.

     —Creo que se ha desmayado. —También miró hacia la sala de profesores por si acaso—. Hubo un par de incendios. Sospechamos que... ya sabes. Nuevo ataque.

     LeBlanc se detuvo un segundo, conmovido por la noticia, pero reaccionó ni bien oyó la voz a sus espaldas:

     —¡¿Qué está sucediendo aquí?! —De-Ràzes había cerrado la puerta tras de sí y los seguía con ira en sus ojos—. Entiendo que usted y sus hombres se crean dueños de este lugar, joven DeBlanckfort, pero este Pabellón es exclusivo para... —La doctora quedó boquiabierta al divisar la larga melena negra que pendía de uno de los brazos de Devon—. Nínive. —Sus ojos se agrandaron y se abrió paso entre los oficiales en medio de forcejeos—. ¡¿Qué has hecho, maldito infeliz?! ¡¿Qué habéis hecho?!

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