CAPÍTULO 32

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Las clases comenzaban a las ocho en punto y Nínive quería desayunar algo antes de esperar a Kina y Jeff en la entrada del Pabellón de Reims

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Las clases comenzaban a las ocho en punto y Nínive quería desayunar algo antes de esperar a Kina y Jeff en la entrada del Pabellón de Reims. Terminó de ajustar el cinturón alrededor de sus pantalones a cuadros de cintura alta, hundió sus pies en un par de zapatos Oxford y cazó su maletín con correa, no sin antes echarle un vistazo lleno de arrepentimiento a los documentos de su investigación. «Ojalá no te enojes», le dijo a Agnès en su mente. Aludiría sentirse mal para no acudir al laboratorio, actitud para nada profesional, una excusa que nunca en su vida había utilizado. Las obstrucciones, las punzadas, los mareos... Sentirse mal estaba a la orden del día, y Nínive se había acostumbrado a tolerar un amplio espectro de dolencias sin expresarlo por fuera. Por eso la culpa calaba hondo, pero su consuelo era saber que, de terminar los asesinatos, el código rojo sería eliminado y, por ende, la investigación sobre SCD avanzaría.

Salió de su habitación observando cada rincón y estudiante. No tenía idea de quién era ni cómo lucía el tal Henry King, pero su nombre tenía el potencial como para terminar en la lista de homicidas. Dentro de la cafetería casi vacía, arrugó la nariz al probar el zumo de limón y jengibre; ácido para sus papilas gustativas, pero bueno para su circulación sanguínea, así como los frutos rojos y nueces que mezcló con un poco de granola. «Todo sea por la salud», pensó con sus ojos fijos en las donas que no podía comer. Estando en Maine, su madre seguía la misma dieta que ella, por lo que no tenía tantas tentaciones a la vista en su casa. La cafetería ponía a prueba su voluntad tres veces al día.

Llegadas las ocho menos diez, Nínive ya estaba de pie junto al umbral del pabellón que contenía los salones de clases. Miró de soslayo un par de veces, y confirmó que el guardia plantado a un metro de ella no dejaba de fulminarla con la mirada. Entonces le sonrió.

—Descuide. Dejé el litio y cualquier otro reactivo en el laboratorio —dijo—. Solo espero a alguien.

El guardia soltó un gruñido y regresó la vista al frente a regañadientes.

Nínive se balanceó sobre sus talones, esperando y examinando a cada alumno. Todos lucían mucho más tensos y estresados, lo que dificultaba la tarea de hallar a una persona ansiosa. Sin embargo, su atención se enfocó en las siluetas de Kina y Jeff, quienes divisaron a Nínive antes de cruzar las arcadas apuntadas.

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