Capítulo XVII

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Lo cierto es que no me sorprendió demasiado ese 2’25 en el examen de matemáticas, así como tampoco le sorprendió a Kéven el 1’7 y a Neri el 9’5. Sin embargo, sabía que mis padres no se lo iban a tomar con la misma normalidad que yo. Tenía en mi mente la imagen de mi padre empuñando un cuchillo y de mi madre agarrando mi cabeza por la melena para colgarla en la habitación de Ten a modo de advertencia para que él no siguiera el mismo camino que yo. Era una visión algo sádica y exagerada de lo que realmente iba a ocurrir, pero era incapaz de sacarla de mi cabeza.
   Cuando salimos de clase, vi a Waldo y a Dion con la espalda apoyada sobre la pared que había enfrente de la puerta. Waldo se irguió casi en el momento en que nos acercamos, mientras que Dion continuó en su posición desinteresada. Tenía las manos metidas en los bolsillos delanteros de su vaquero y las piernas cruzadas, una sobre la otra. Su expresión era impasible e imperturbable, tal y como siempre, aunque se permitió el lujo de sonreír ligeramente a modo de saludo.
   Waldo me guiñó el ojo y nos hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiéramos en dirección a la cafetería, pues quería coger algo de comida para el descanso de media mañana. Neri y Kéven se colocaron a la altura del chico, mientras que yo los seguía por detrás, con Dion pisándome los talones. Lo escuché carraspear a mi espalda, por lo que supuse que estaba tratando de llamar mi atención. No pude evitar enrojecer de vergüenza cuando giré la cabeza y casi choqué contra él.

   —Lo siento –me disculpé.

   Sacudió una mano, como restándole importancia, y se adelantó para situarse justo a mi derecha.

   —Ya sé qué hacer con respecto a las clases previas a los globales —comenté para quitar un poco de tensión al ambiente—. Si empezamos el viernes, entonces necesitaré unos dos o tres días más.
   —¿Necesitas ayuda para todas las materias o…?
   —No, no —me apresuré a decir—. Solo matemáticas, economía e historia. Pero sobre todo matemáticas.
   Por el rabillo del ojo lo vi sonreír de medio lado.
   —Eres malo con los números.

   Eso había sido más una afirmación que una pregunta, pero igualmente asentí con la cabeza. Continué caminando con la vista fija en el suelo para no tropezar y hacer el ridículo, tal y como tantas otras veces había hecho. Dion volvió a carraspear.

   —¿Estás mejor?

   Alcé la cabeza para contemplarlo fijamente y fruncí el ceño, sin comprender.

   —¿Hum? —mascullé.
   —El estómago —señaló mi tripa con el dedo índice y yo lo seguí con la mirada—. Tu hermano dijo que habías vomitado. ¿Ya estás mejor?

   Abrí la boca en forma de “o”. Definitivamente iba a matar a Ten y cada vez tenía más claro cómo iba a llevar a cabo el asesinato. Aunque lo cierto es que no imaginaba que Dion fuera a acordarse de aquello, mucho menos a preguntar directamente por mi estado de salud. Supuse entonces que solo había sacado el tema a relucir para burlarse de mí o para rellenar el silencio en que nos habíamos sumido en cuestión de segundos.

   —No, yo… —miré al frente. Neri, Kéven y Waldo iban hablando sobre algo trivial y ni siquiera se molestaron en comprobar si los seguíamos de cerca o no—. Mi hermano te engañó.

   Dion me echó un rápido vistazo.

   —Sonaba convencido.
   —Es un mentiroso nato —aclaré.
   —¿Seguro? —me cuestionó, sonriendo con malicia.

   Inflé los mofletes y apreté los puños en señal de enfado. Ese muchacho me ponía de los nervios. De hecho, en ocasiones hasta llegaba a preguntarme a mí mismo si mi gusto por los chicos era tan bueno como en un primer momento había creído. Cada vez estaba más claro que la radiante sonrisa que había visto aquel día en el autobús no había sido sino una estrategia para caer en la trampa del cazador. Aunque no lo pareciera, yo era la víctima en toda aquella situación.

Simon diceWhere stories live. Discover now