Capítulo VII

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Resoplé con pesadez en el momento en que salí del aula, después de hacer el examen de matemáticas. Neri y Kéven habían salido unos minutos antes, pues habían terminado más pronto que yo, y, tal como había dicho la morena, me estaban esperando en el pasillo.
   Me acerqué a ellos a paso lento, abatido. Había sido terrible. “Un examen fácil, para un tema igual de fácil”, había dicho Neri antes de que la profesora de mates hubiera entrado en el aula, para tratar de tranquilizarnos a Kéven y a mí. Sin embargo, a mí esa prueba me había parecido más como abrir las puertas del infierno y encontrarme de cara con el mismísimo diablo.
   Repito: había sido terrible.
   La amplia sonrisa de Neri opacaba la expresión deprimida de Kéven, quien, al parecer, había hecho el examen igual o incluso peor que yo. Eso me aliviaba un poco.

   —Vaya. Ha sido genial —comentó la muchacha, feliz por el resultado—. Espero una buena nota, la verdad.

   Apreté mis labios y Kéven la miró con los ojos entrecerrados. Tenía ganas de pegarle un puñetazo y mandarla a Corea, con mis abuelos. Ellos se encargarían de rematarla.

   —¿Podrías no restregárnoslo? —le pidió el chico, cruzándose de brazos.

   Neri lo miró durante un rato y, posteriormente, desplazó su vista hacia mí. Nos estaba estudiando con detenimiento, juzgándonos en su mente. Nosotros, por el contrario, nos mantuvimos estáticos, con el ceño fruncido y los labios apretados. Casi castañeando los dientes.

   —¿Tú también? —me cuestionó Neri de pronto. Fingió decepción—. Vaya. Creí que, al menos, tú serías mejor que él en esta asignatura.
   —¿Yo? —exclamé mientras me señalaba a mí mismo con el dedo índice—. Neri, cariño, las matemáticas y yo no nos llevamos bien. Nos odiamos. No hay amor alguno en nuestra relación. ¡Con ellas son todo problemas!
   —Oh. He entendido la referencia —bromeó Kéven, sonriendo de oreja a oreja.
   —Con suerte, con mucha suerte, llego al cuatro —dije al fin. Neri se llevó la mano a la cara, exasperada, y Kéven me chocó los cinco, coincidiendo conmigo—. Venga, morena, que lo que escribí por WhatsApp no era tampoco muy alentador. Ahí ya había pruebas de que no me gustan las mates.

   Puso los ojos en blanco y echó a caminar en dirección a su taquilla para dejar las cosas y coger su almuerzo. Kéven, que tenía el casillero junto al suyo, la siguió por detrás; yo, sin embargo, tuve que tomar un camino diferente para ir hasta mi defectuoso taquillero.
   Una vez frente a éste, ni me molesté en intentar abrirlo con delicadeza. En el momento en que puse el código, le pegué un puñetazo que provocó que se abriera de golpe. Suspiré y apoyé la frente sobre la puerta metálica, pensando en lo nefasto que había sido el examen y en la reprimenda de mi madre, quien sin duda me echaría en cara el haber pasado tanto tiempo jugando con Ten a la Play. Podía, simplemente, esperar a que me dieran la nota del examen en lugar de decir mis impresiones sobre éste tan pronto. Sin embargo, yo no era muy bueno mintiendo.
   Levanté la cabeza, metí los libros de las tres primeras horas en la taquilla y saqué el sándwich de atún que me había preparado aquella misma mañana. No solía comer mucho en el receso, normalmente solo un zumo, pero matemáticas consumía todas o la mayor parte de mis fuerzas.
   Noté un aliento cálido en mi nuca y, de pronto, una mano agarró la manga de mi camiseta y tiró de ella, sobresaltándome. Casi no me dio tiempo ni a gritar del susto, porque la persona echó a correr, ahogando cualquier chillido que fuera a proferir mi garganta. Traté de tirar de él para atrás, pero estaba demasiado musculado como para poder detenerlo, así que, simplemente, me dejé hacer. Total, tampoco es que fuera a secuestrarme en pleno instituto. Habría llamado demasiado la atención.
   Nos alejamos de la masa de alumnos conglomerados en los pasillos que trataban de ir a la cafetería o los exteriores del edificio, y llegamos al “pasillo prohibido”. Tenía cierto amor-odio por aquel corredor.
   El chico abrió de golpe una de las puertas y me metió de un empujón, provocando que yo cayera al suelo de bruces.

Simon diceWhere stories live. Discover now