Capítulo XLIX

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Simon

Estaba sentado en uno de los bancos del polideportivo donde mi hermano hacía Kung-Fu. Mi madre me había ordenado ir a recogerlo después de su entrenamiento porque ella tenía una reunión con el profesorado de la Universidad y mi padre iba a estar en el restaurante hasta tarde. Así que ahí estaba, con los párpados medio cerrados por el cansancio y el aburrimiento mientras esperaba a que los chavales se ducharan y cambiaran en el vestuario. Había tenido la ocasión de ver el final de la clase, y lo cierto es que mi hermano no era para nada malo haciendo lo que fuera que estuviese haciendo. Llaves, puñetazos, saltos con patadas altas... No sé. Quizá su posición de bailarín también le servía de ayuda para realizar todos aquellos movimientos. Además de haber nacido con el don de la agilidad, aptitud que, por desgracia, yo no había adquirido. Solo con ver mis torpezas y caídas, estaba más que claro. Y, por otra parte, los insultos que lanzaba a sus contrincantes para desconcentrarlos o, incluso cabrearlos, iban mucho con su estilo.
Ya lo había visto en las competiciones que tenía en nuestra antigua ciudad, pero era evidente que había mejorado mucho su técnica y que cada vez le motivaba más lo que hacía. No solo en el Kung-Fu, sino también en sus otras actividades extraescolares. Las notas de su colegio eran ya otro caso aparte, pero vaya, como se suele decir, de tal palo tal astilla.
La verdad es que ambos éramos bastante malos en los estudios y nos molestaba mucho que algunos profesores juzgaran nuestros resultados en base a nuestra etnia. Que si los coreanos eran muy exigentes y siempre sacaban lo mejor de sí mismos, que si los asiáticos eran casi perfectos en todo, que si los chinos tal, que si los tailandeses no sé qué... Era ciertamente fastidioso. ¿Es que acaso no se daban cuenta de que también teníamos sangre francesa y española? Y aunque no la tuviéramos, ¿qué diantres les importaba a esos aburridos maestros que no fuéramos diestros en su materia? Sus acusaciones solo hacían que nos apeteciera todavía menos prestar atención en sus clases.
Resultaba hasta insultante.
Escuché gritos provenientes de uno de los vestuarios y fruncí el ceño con confusión. Cuando uno de los chavales que había entrenado con Ten salió corriendo del lugar y vino en mi dirección con expresión de terror absoluto, supe que mi hermano había hecho algo.

-Eres el hermano de Ten, ¿verdad? -me preguntó-. Los rasgos asiáticos y...

Hice un gesto con la mano para que se callara y para dar a entender que lo había comprendido, y me puse en pie. Me pidió que entrara en el vestuario mientras él iba a avisar al entrenador, así que hice lo ordenado sin siquiera rechistar.
"Vete tú a saber en qué lío se ha metido ahora este gamberro que tengo por hermano pequeño", pensé. Resoplé con fuerza por la nariz y me preparé para cualquier cosa.
¿Había podido cometer asesinato? Hombre, habría estado bien perder a Ten de vista por un tiempo, pero no quería que su existencia se redujera a vivir en un centro de menores. ¿Le raparían el pelo, como hacían en el ejército? ¿O eso era algo que solo existía en las películas?
Cuando entré, abrí los ojos de par en par -realmente lo hice, quizá más que en toda mi vida y seguro que no parecía siquiera medio coreano- y me abalancé sobre los dos chicos que se estaban peleando; entre ellos, Tylou. El otro parecía mayor. Tenía los músculos bastante marcados, una cara de mala hostia que probablemente no se la quitaría ni la valeriana que preparaba mi madre cuando mi hermano o yo estábamos estresados y las piernas tan largas que casi pude apostar a que sus patadas voladoras iban a doler como mil demonios.
Por supuesto, Ten era quien estaba en desventaja, tirado en el suelo con el chico de las malas pulgas sobre él. Al interponerme entre ambos para tratar de separarlos, el puño de mi hermano me golpeó el ojo izquierdo y el del otro sujeto en la comisura derecha del labio.
Me eché hacia atrás, medio mareado. ¿A qué coño estaba jugando? Yo no era un jodido luchador de la WWE como John Cena; no era más que un enclenque que apenas y sabía mediar en una disputa con "el don de la palabra". Si acaso podía servir como saco de boxeo, y eso estaba más que comprobado. Me llevé las manos a ambos golpes, todavía medio confundido. Pero, por fortuna, algo o alguien había logrado que Tylou y el otro chico violento se separaran, cada uno en una esquina del vestuario.
El entrenador había hecho acto de aparición y parecía tener un humor de perros. Estaba hablando -berreando- sobre la ética, moral y comportamiento deportivo que deben tener los alumnos. Algo sobre una falta grave y no sé qué más porque, para cuando me di cuenta, Ten ya me estaba sacando de allí con una rapidez propia de un guepardo, con su puño sobre mi muñeca, ejerciendo una fuerza innecesaria -yo era colaborador, no necesitaba más secuestros-. Seguimos al entrenador por el polideportivo hasta un cuarto que parecía ser su despacho. Nos sentamos en un par de sillas que había frente al escritorio y él tomó asiento en la butaca de "líder" del equipo de Kung-Fu. Se inclinó hacia adelante, fulminó a mi hermano con la mirada y apoyó sus manos entrelazadas sobre la mesa. Su ceño se frunció.

Simon diceWhere stories live. Discover now