Capítulo XXXIII

314 50 20
                                    

Dion

Salimos del aula de música en dirección a la cafetería. Hacía varios días que no sabía nada de Simon, lo cual era chocante considerando que, desde el primer día de curso, no se había separado de mi trasero. Sin embargo, ni siquiera se había tomado la molestia de escribirme para decirme algo sobre la clase del viernes.
   Waldo me había dicho que tal vez lo encontraríamos en la cafetería, con sus otros dos amigos, y había insistido en que fuéramos a su encuentro.
   Cuando entramos en el lugar, entrecerré los ojos para ver si avistaba su mesa desde la lejanía. Vi a la chica morena y al chico charlatán –debía preguntarle a Simon sus nombres– jugando a cartas en una mesa del fondo, pero no había rastro alguno de Simon. Fruncí el ceño, extrañado y le indiqué a Waldo que nos acercáramos a preguntar. Quizá estaba en el baño. O puede que se hubiera caído por los pasillos y lo hubieran llevado a la enfermería para curarle alguna herida. Aunque, en ese caso, sus amigos habrían estado con él.
   En el camino, me cuestioné a mí mismo por qué quería conocer el paradero de aquel chico medio coreano que no paraba de molestarme una y otra vez con su presencia y su obstinación por ser mi amigo.

   —Hola —saludó Waldo y se sentó junto a los chicos. Los contempló con entusiasmo y no tardé en adivinar que él también quería jugar.

   La morena le miró con una sonrisa y, posteriormente, reparó en mí. Su sonrisa se borró y, a cambio, su ceño se frunció. Estaba seguro de que a esa chica no le caía demasiado bien. Sin embargo, de haber estado yo en su lugar, me habría comportado igual. O incluso peor, me temo.

   —¿Qué pasa? Simon no está —me avisó, devolviendo la vista al juego. No le resulté lo suficientemente interesante como para seguir mirándome.
   —No es por… No… —titubeé.

   No sabía qué decir. No quería que supiera que lo estaba buscando a él, pero no tenía ninguna otra excusa por la que haber ido directos a ellos. Ni siquiera el hecho de que Waldo quisiera jugar, pues él enseguida se habría dado cuenta de mis intenciones y habría expuesto en voz alta el verdadero motivo de nuestra presencia allí. Y no iba a permitir que eso sucediera.
   Por suerte, no me hizo falta decir nada, pues el chico charlatán –en serio, tenía que aprenderme sus nombres– me dio la respuesta que estaba buscando:

   —Lleva enfermo toda la semana. ¿No te lo ha dicho él?

   Negué con la cabeza.
   Sentí una punzada en el pecho. ¿Por qué no me lo había contado? Casi estaba hasta enfadado.
   Me senté, apreté mis labios en una fina línea y saqué el móvil del bolsillo de mi pantalón. Los dos amigos de Simon continuaron su juego, pero la morena me miraba de cuando en cuando, con curiosidad. Quizá no le caía tan mal, quizá solo quería cerciorarse de que no era el cabrón millonario que todos pensaban. Y puede que incluso su hastío hacia mi persona fuera una treta para sonsacar mis pensamientos.

Dion
.

Mis piernas bailaron moviéndose hacia arriba y hacia abajo, frenéticas. Un par de minutos después, recibí una respuesta.

Saimon
¿Yo?

   Mordí mi labio inferior y esperé otros dos minutos para contestarle. No sabía por qué hacía eso si lo había leído justo en el momento en que me llegó la notificación, pero supuse que serían cosas de los adolescentes y las hormonas.
   “Me creía más maduro”, me dije, con cierta sorpresa al percatarme de que no era una estatua sin sentimientos.

Dion
¿Estás enfermo?

Saimon
Si ya lo sabes, ¿para qué preguntas?

Simon diceWhere stories live. Discover now