Capítulo XXVI

391 55 57
                                    

Desperté sobresaltado cuando “Wannabe” de las Spice Girls taladró con inmensa fuerza mi oído. Pegué un bote que me hizo caer de la cama, aunque no fue el suelo lo que toqué, sino un cuerpo humano que maldijo en sueños. Abrí los ojos de golpe y me topé con el rostro afligido de mi primo, quien mascullaba palabras inaudibles mientras continuaba durmiendo como si nada hubiera ocurrido.

   —Su capacidad para dormir es increíble —musité mientras apagaba el despertador de su móvil.

   Me impulsé con los brazos para ponerme en pie, pero la mano de mi primo cazó la mía al vuelo y me devolvió a la posición anterior: tumbado sobre su cuerpo. Me abrazó hasta aplastarme y casi dejarme sin respiración, tal como si fuera un oso de peluche.

   —¡Diablos, Marcel! —grité.

   Dio un respingo y se incorporó alarmado, empujándome, de ese modo, con fuerza contra el colchón.

   —¿Qué pasa? ¿Quién ha entrado? ¿Hay fuego? —preguntó atropelladamente. Después, reparó en mí—. ¿Por qué estás tumbado en mi cama? ¿Me espiabas mientras dormía? ¿Sigues queriendo casarte conmigo? Simon, me halagas, pero sabes que somos primos y que es algo imposible.

   Fruncí el ceño, agarré la almohada y le golpeé con ella.

   —Imbécil —le insulté—. Me he caído por tu mierda de despertador. No entiendo por qué carajos lo pones si ni siquiera lo oyes.
   —Demonios —maldijo a la par que se levantaba. Se precipitó sobre la silla del escritorio y agarró la ropa que había dejado preparada la noche anterior—. Como no espabile llegaré tarde para coger el tren.

   Puse los ojos en blanco cuando lo vi salir de la habitación a todo correr para dirigirse al baño. Un par de segundos después, escuché el agua de la ducha.
   Me dejé caer sobre el colchón de la cama que habíamos preparado para mi primo durante las vacaciones de Navidad y cerré los ojos, rememorando la noche del concierto, que había acontecido hacía casi una semana. Todavía no era capaz de eliminar de mi mente la imagen de Dion tocando la batería. Lo recordaba al fondo del escenario, casi como un ángel iluminado por una luz ilusoria que le otorgaba todo el protagonismo pese a que apenas se le viera. Fue una suerte haber estado en primera fila para ver cómo se desenvolvía, cómo se movía al ritmo de la música y cómo disfrutaba con una diminuta sonrisa dibujada en su rostro.
   Me pillé a mí mismo sonriendo como un bobo. Era increíble lo tonto que me ponía en lo relativo a Dion, y ni siquiera tenía motivos para ponerme así, porque su trato conmigo no había cambiado. Seguía siendo un borde de cuidado, con unas contestaciones más propias de un león enfurecido que de un humano. Pero, por alguna razón, no quería alejarme de él. Quizá fuera masoquista.
   No.
   Definitivamente, era masoquista.

   —¿Estás pensando en mi perfecto trasero, Simon? Ya te he dicho que somos primos y que no puede ser —escuché la voz de Marcel, quien se había apoyado en el marco de la puerta y sonreía con suficiencia.

   Ni siquiera me había percatado de que el tiempo había corrido tan rápido. Habían pasado veinte minutos y yo ni siquiera lo había notado.

   —Púdrete en el infierno. —Le saqué el dedo corazón y él se llevó una mano al pecho, fingiendo estar ofendido y dolido.
   —Me has hecho daño. Esta no te la perdono —dijo.
   —Deja de creerte el ombligo del mundo y mueve ese “perfecto trasero”.

   Las comisuras de sus labios se estiraron para sonreír con socarronería.

   —Así que lo admites…
   —¡Marcel! —grité de nuevo.
   —Bueno, tú verás. La próxima vez que me veas quizá tenga novia, así que esta es tu última oportunidad conmigo —me advirtió.

Simon diceWhere stories live. Discover now