Capítulo XXII

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Las Matemáticas eran un laberinto sin salida, la Economía era un crucigrama indescifrable y la Historia era el desencadenante de largas horas de sueño y aburrimiento ininterrumpido. Había llegado a esa conclusión en el momento en que comencé el curso. Sin embargo, nada se comparaba al enjambre de abejas que picoteaban mi cabeza cuando Dion aparecía en lo más profundo de mis pensamientos, ni al nido de mariposas que revoloteaban por mi estómago cada vez que lo veía doblar la esquina y se cruzaba, irremediablemente, conmigo. Odiaba la sensación que me proporcionaba el latir desenfrenado de mi corazón, o las terribles ganas que tenía de unir nuestros labios en un beso que sabía no sería delicado.
   Tuve la sensación de que las clases estaban durando más que de costumbre, aunque eso no era más que una percepción de mi subconsciente, puesto que yo deseaba salir del instituto cuanto antes. Mi padre nos había invitado a comer al restaurante en que trabajaba y ya notaba mi estómago rugir, hambriento. Suspiré por milésima vez en todo lo que llevaba de mañana.

   —¿Estás bien? —me preguntó Neri en un susurro, desde su asiento habitual.

   Kéven había hecho acto de presencia justo a la hora del receso, pero estaba bastante abstraído con su cuaderno de dibujo como para percatarse de que la morena y yo estábamos hablando.

   —Sí. Es solo que tengo la mente en otro lado —respondí. Me encogí de hombros y apoyé la cabeza sobre la palma de mi mano.
   —¿En alguna persona en concreto? —cuestionó.

   Sus ojos no reflejaban las emociones que mostraban mi hermano o Kéven cada vez que hablaban conmigo sobre Dion; ella parecía, más bien, preocupada.

   —Simon, sabes que comprendo que te guste, pero deja de ser algo bonito cuando afecta a tu estado anímico —me sermoneó—. ¿Qué ha hecho ahora?

   Fruncí el ceño. No tenía ningún problema con Dion. Llevábamos un par de semanas tolerándonos el uno al otro y, además, se interesaba por mis notas para saber si las clases particulares estaban dando sus frutos.

   —Nada. No es por él —aseguré. Miré de reojo al profesor para comprobar que no nos había visto y que continuaba impartiendo la clase con total normalidad—. Estoy cansado, aburrido y hambriento. Solo tengo ganas de acabar ya.

   Neri negó con la cabeza, divertida.

   —Creo que fuiste un perezoso en tu antigua vida.
   —Como mínimo —le di la razón.

   Después, su expresión volvió a mostrar la preocupación y seriedad que había mostrado antes.

   —Prométeme que hablarás conmigo o con Kéven si las cosas se tuercen o se vuelven complicadas.

   Lo sopesé durante unos segundos.

   —Las cosas ya son complicadas —dije al fin. Aunque supe que debía añadir algo más para que ella se quedara tranquila—: Te lo prometo.

****

   Comenzamos a recoger nuestras cosas unos cinco minutos antes de que sonara la alarma que anunciaba el final de las clases. Me puse en pie en cuanto hube metido el cuaderno y el estuche con los bolígrafos, y me senté sobre la mesa para esperar a que Neri y Kéven terminaran. Nuestro amigo era el que más tiempo necesitaba, pues dado que había estado dibujando durante toda la hora, tenía algunas pinturas y tres lápices esparcidos por su pupitre y el de la morena. Así, pese a que habíamos empezado a recoger antes, acabamos saliendo después de que todos abandonaran el aula.
   Chasqueé la lengua, maldije por lo bajo y puse los ojos en blanco al ver a Dion con la espalda apoyada sobre la pared junto a la puerta y a Waldo frente a él. Charlaban animadamente, al menos hasta que nos vieron aparecer.
   Sentí que vivía un déjà vu.

Simon diceWhere stories live. Discover now