Capítulo XXIV

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Al día siguiente me costó bastante desperezarme y despegarme de las sábanas, que cubrían todo mi cuerpo para mantener el calor y no permitir que el frío me convirtiera en una estatua de hielo. Había llovido durante toda la noche, y el viento había azotado las persianas de mis ventanas sin descanso alguno, impidiendo que yo pudiera dormir apaciblemente. No me daban miedo las tormentas, pero sí me costaba mucho conciliar el sueño, así que había permanecido casi toda la noche despierto.
   Cuando conseguí levantarme, el reloj marcaba las diez y media de la mañana. Salí de mi habitación para ir al cuarto de baño, pero me choqué contra el cuerpo de Marcel que esperaba con impaciencia a que mi tío saliera del baño. Al parecer, tanto el de mis padres como el de abajo estaban ocupados. Podía decirse lo mismo del que compartíamos Ten y yo.

   —¿Es que os habéis puesto todos de acuerdo para despertaros ahora? —se quejó mi abuela mientras golpeaba con fuerza la puerta. Su francés me desconcertó al principio, pero luego conseguí ubicar mi cerebro y activar el “modo multilingüe”—. Voy a morir de vieja, niños.

   Mi primo se carcajeó y me miró con diversión.

   —Tu madre se está duchando, mi padre está haciendo del número dos y la tía Byron está duchando a los gemelos en el de abajo —me explicó—. La abuela está que echa humo.

   Resoplé con mofa.

   —Menuda mierda. Me mearé encima a este paso —respondí.
   —Pues anda que no te queda nada, primito —señaló a mi abuela con la cabeza y luego a sí mismo—. Es una larga espera —alargó la “a” de “larga” para darle más énfasis a la palabra.

   Maldije por lo bajo y di media vuelta para regresar a mi dormitorio. Abrí el armario para sacar la ropa que iba a vestir para ir al restaurante en que trabajaba mi padre. Aquel día teníamos la comida familiar de Navidad. Pero me detuve al recordar que aquella noche era el concierto.

   Pum. Pum.

   Me llevé la mano al pecho al sentir la fuerza con que palpitaba mi corazón. Ya los había escuchado en un ambiente más íntimo, pero verlos sobre un escenario, delante de todo el mundo, me iba a volver loco. Tenía la sensación de que iba a ser espectacular.
   Agarré unos pantalones de cuadros, un jersey de cuello alto, una cazadora vaquera con borreguillo por dentro y unas botas altas junto a unos calcetines de patitos, y lo deposité todo sobre la cama. Tenía otro conjunto pensado para la noche, pero tenía tiempo de sobra para regresar a casa tras la comida y vestirme antes de quedar con Neri y Kéven.
   Me senté junto a la ropa y agarré el teléfono para hacer tiempo antes de ir al baño. No tenía ningún mensaje nuevo, pero sí un par de llamadas por parte de mis abuelos coreanos, quienes probablemente me llamaban para felicitarme la Navidad. Decidí que contactaría con ellos después de ducharme y abrí Instagram para ponerme al día con las nuevas publicaciones. Neri había subido una foto con su madre, Kéven había publicado los libros que le habían regalado sus padres y Waldo tenía un par nuevas con la guitarra y el grupo. Dion, por su parte, seguía en su línea de subir una foto cada quinientos años.

   —¡Sai, el baño está libre! —gritó mi primo a la par que abría la puerta de mi habitación. Me sonrió cuando lo miré—. Y, por cierto, Santa Claus ha dejado algo bajo el árbol para ti.

   Tragué saliva y sentí mi rostro enrojecer. Esperaba que no fuera como el regalo que me había hecho el año pasado y que cometí el error de abrir delante de toda mi familia: un tanga, una caja de condones y un lubricante con sabor a chocolate para “disfrutar” y “protegerme” cuando tuviera sexo con mi pareja inexistente. Por supuesto, aquella gama de productos sexuales todavía no había visto la luz del día.
   Mis padres, tíos y abuelos lo habían tomado con humor, sin embargo, yo solo quise estrangular a mi primo por haberme hecho pasar un momento tan vergonzoso como aquel. Estaba bien tener la libertad de hablar de sexo con mi familia, pero una cosa era eso y otra muy diferente era presentarles mis juguetes sexuales con nombre y apellido. Solo había faltado que me hubiera comprado un vibrador.

Simon diceWhere stories live. Discover now