Capítulo XXXVII

306 54 16
                                    

—Bueno, sé que estás muy enfadado conmigo —empezó a decir.

   Lo miré a los ojos con el ceño fruncido y, de pronto, algo me atravesó el pecho. No fue una sensación de calidez ni me latió más rápido que de costumbre. Las mariposas tampoco aleteaban con nerviosismo en mi estómago, fruto de la presencia de cierto chico.
   Me focalicé en sus iris, más claros y radiantes. Un color que se acercaba más al color avellana que al negro.

   —Tus ojos —señalé.
   —¿Qué pasa con ellos? —cuestionó como si nada. Sonrió con picardía—. ¿Te parecen irresistibles?

   Enarqué una ceja: Dion no hablaba así. No, al menos, conmigo. Y mucho menos después de la pelea que habíamos tenido.
   En realidad, la simple evidencia de mostrar un coche tan caro en público y utilizar esa ropa tan elegante, tenían que haberme hecho reconocer que Dion no era quien me esperaba a la salida. Y, por mucho que pareciera una locura, hasta se me hacía más lógico.

   —Son más claros —certifiqué.
   —Será por la luz —le restó importancia.

   Ja.
   La excusa más absurda que cualquiera pudiera ofrecer. En serio, ese chico necesitaba ampliar su abanico de coartadas.

   —No. Tú eres Dimas, su gemelo —afirmé sin dudar.

   Abrió la boca en forma de “o”.

   —¿Qué? —alargó la “e” y fingió confusión.
   —Le han pillado, señorito —se mofó el chófer. Miró por el espejo delantero y pude percatarme de su sonrisa. Claramente esta situación se le hacía divertida.
   —Sigue conduciendo, Alfredo, o te juro que te despido.
   —Eso usted no puede hacerlo —se burló el señor. Se notaba que tenían una buena relación.

   Relajé mis hombros y me puse el cinturón. Si iba a estar encerrado en ese coche hasta vete a saber cuándo, necesitaba contar con todas las medidas de seguridad. Por lo menos no era Dion quien estaba a mi lado. Tan solo se trataba del chico al que había besado en el autobús.
   Espera. El chico al que había besado en el autobús.
   Abrí los ojos de par en par al percatarme. Seguro que parecía que se me iban a salir de sus cuencas.
   Era el verdadero chico del autobús. El auténtico y en persona.

   —Oye… —vacilé. Él me miró, pero, de nuevo, no sentí ninguna chispa que avivara mi fuego interno. Ese fuego que abrasaba cuando estaba con Dion—. Siento lo de-
   —¿El beso? —me interrumpió—. Tranquilo, por eso estás aquí. Voy a denunciarte.

   Me guiñó el ojo y yo me asusté. ¿Denunciarme? ¿Tan pronto iba a ir a la cárcel? Mi madre iba a matarme y Ten se iba a adueñar de mi dormitorio.
   Aunque yo tenía una carta que podía sacar para hacer una contrademanda: Dion también me había besado sin permiso.

   —Es broma, tranquilo —se adelantó a mi ataque de pánico—. Solo vamos a mi casa. ¿Puedes avisar a tu familia de que comerás con nosotros?

   Ese chico, definitivamente, no se parecía en nada a Dion. Salvo, claro, en el físico. Aunque sí era cierto que sus ojos y su sonrisa eran diferentes, más vivos y soñadores, más amables. En realidad, tampoco es que Dion pusiera el listón muy alto en lo que a simpatía respectaba.
   Me pregunté si todo aquello había sido un montaje preparado por él o si Dimas lo había preparado todo por su cuenta. Si su gemelo no tenía idea alguna de que me estaba llevando a su casa, en su coche, con su hermano y su chófer, lo iba a flipar. Pero no en el buen sentido. Porque, definitivamente, nuestra pelea había sido demasiado fuerte como para colarme en su casa, mansión, castillo o en lo que fuera que viviera ese príncipe con malos humos. Buen título para una novela, pensé.

   —¿De quién ha sido esta idea exactamente?
   —Exactamente… mía —Se señaló a sí mismo—. Mira, mi hermano estaba de muy mal humor esta última semana. Estamos teniendo algunos problemas familiares y creo que tú puedes aliviar un poco su malestar. No malpienses, solo quiero que rebaje su ansiedad, porque empieza a ser un tanto pesado.

Simon diceOnde as histórias ganham vida. Descobre agora