Capítulo XXVII

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Escuché a Neri y a Kéven hablar sobre la grandiosa cena de Nochevieja y la “gran gala familiar” que habían celebrado el 1 de enero. Cada miembro de la familia debía disfrazarse de un personaje de película y mis amigos decidieron que Johnny y Baby de “Dirty Dancing” eran la opción más acertada. Lo cierto es que era genial que la madre de la morena fuera tan amiga de los padres de Kéven, y celebrar ese tipo de fiestas debía de ser muy divertido.

   —El año que viene tienes que venir —me invitó mi amiga con una sonrisa plasmada en la boca—. Kéven dice que quiere ir de Bonnie y Clyde, pero si vienes tú, podemos pensar en algo como los Tres Mosqueteros.
   —Casi que prefiero a Los Teleñecos y que Simon se disfrace de la señorita Piggy. Por cierto, ¿qué tal el resto de tu Navidad, Sai? No volvimos a coincidir después de la noche del concierto —señaló Kéven.

   Sonreí con inocencia.

   —Todo como siempre. No celebramos ninguna fiesta de disfraces, pero sí tuvimos una noche de juegos de lo más divertida —respondí y, como si fuera un asunto sin importancia, añadí—: Ah, y Marcel fingió enseñarme a ligar. La cagué con Dion ayer, en la hora del receso. Creo que, para él, no soy nada más que un lunático. Aunque dijo que le gusto.

   Mis amigos se miraron entre sí con sorpresa y, posteriormente, volvieron a reparar en mi presencia.

   —¿Cuáles fueron sus palabras exactamente? —preguntó Neri.
   —¿Sabes si tenía fiebre? La fiebre alta a veces hace delirar… ¿Quizá tú tenías fiebre y lo malentendiste?

   Puse los ojos en blanco.

   —Dijo claramente que le gusto más cuando lo insulto que cuando me pongo demasiado meloso —respondí y me encogí de hombros.

   Neri suspiró y Kéven se carcajeó.

   —Eso no quiere decir que le gustes.
   —De hecho, diría que hasta significa todo lo contrario —se mofó mi amigo. Neri le golpeó el brazo con fuerza.
   —Pero es la primera vez que dice esas palabras. Significa que le gusta algo de lo que hago, ¿no?
   —Significa que eres un tonto y que, a veces, eso es divertido —contestó una voz a mis espaldas.

   Fulminé a mis amigos con la mirada por no haberme avisado de que Dion se estaba acercando a nuestra mesa y ellos fingieron no entender. Quise matarlos, pero decidí que lo más coherente en ese momento era girar la cabeza para saludar a los dos chicos de segundo.

   —Ho- hola —titubeé—. ¿Qué tal estáis? ¿No tenéis ensayo?
   —No —contestó Waldo y tomó asiento entre Kéven y yo. Nos mostró la manzana que atesoraba con sumo cuidado—. Tenemos hambre. Yo por lo menos.

   Dion inhaló y exhaló con tranquilidad, como si se estuviera preparando para correr una maratón y necesitara mentalizarse antes de escuchar las indicaciones de salida. Después, se dejó caer en la silla que había entre Neri y yo.

   —Una manzana no es suficiente alivio para un estómago vacío —dijo y, casi como por arte de magia, depositó un enorme bocadillo sobre la mesa.

   Abrí la boca con sorpresa, quizá más por el hecho de que se hubieran sentado con nosotros que por la comida que iba a degustar.

   —¿Qué se supone que hacéis aquí? —pregunté.

   Dion me miró de reojo mientras quitaba el envoltorio al bocadillo, lo que me permitió ver que era vegetal. Por la pinta que tenía, supuse que no lo había traído de casa, sino que lo había pedido en la propia cafetería.

   —Comer, como todo el mundo —respondió Waldo--. No había más sitios. Bueno, sí había, pero he obligado a Dion a sentarse aquí. ¿No es genial?
   —Sí —dije a la par que el mencionado contestaba con un “no” rotundo.
   —Entonces… ¿hablabais de Dion? —me preguntó su mejor amigo con una sonrisa pícara.

   Kéven bufó.

   —Y cuándo no —lo escuché musitar.

   Quise propinarle un golpe en el hombro, pero la presencia de Waldo, quien se había colocado justo en medio, no me lo permitió. Por fortuna, estaba Neri para hacer lo que yo no podía.

   —¡Ah! —se quejó Kéven cuando la mano de la morena lo azotó en el brazo—. ¿Se puede saber qué te pasa? Te has compinchado con Simon.
   —Te mentiría si te dijera que no —respondió la chica y me guiñó un ojo. Sonreí en respuesta. Después, Neri continuó hablando, esta vez para todos—: Hablábamos del disfraz que nos pondremos las próximas navidades. Kéven ha propuesto que Sai se vista como la señorita Piggy.

   Dion frunció el ceño, mientras que Waldo se carcajeó.

   —¿Quién? —preguntó el malhumorado. Todos lo miramos como si fuera un extraterrestre proveniente de otro mundo—. Seguro que es algo infantil e insustancial.
   —Los Teleñecos —le dijo su mejor amigo, como si fuera evidente—. Tío, ¿no te suena la Rana Gustavo?

   El ceño de Dion se acentuó y negó con la cabeza.

   —Definitivamente, no eres de este planeta —establecí—. ¿Es que no has tenido infancia?
   —Te has criado entre dinero y joyas, era casi obvio que no ibas a saber estas cosas tan inferiores, propias del “populacho” —dijo Kéven, sin siquiera mirarlo. Su atención estaba puesta en sus palitos de zanahoria y su batido de fresa.

   Neri volvió a golpear su brazo, esta vez con bastante más fuerza, como si hubiera dicho algo que no debía. No entendí muy bien a qué se había referido mi amigo con eso de que se habría criado “entre dinero y joyas”. ¿Acaso Dion era rico y no me había enterado? Bueno, que tuviera o no dinero no cambiaba el hecho de que me gustara.
   Vi a Dion poner los ojos en blanco y resoplar con fuerza por la nariz. Después, le dio un gran bocado a su comida.

   —¿Populacho? Yo casi que me considero de la realeza, joven López —dije para quitarle un poco de hierro al asunto. Miré de soslayo a Dion—. La próxima vez que vengas a darme clase, verás un capítulo de los Teleñecos.
   —¿Debería asustarme?

   Reparé, de pronto, en algo más.

   —Ah, y mi madre me dijo que tenías que quedarte a comer o a cenar algún día. Fantasea demasiado. Ya le dije que tú no-
   —Está bien —asintió.

   No recuerdo nada más de lo que ocurrió ese día. El shock fue importante.

 El shock fue importante

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Simon diceWhere stories live. Discover now