Capítulo XIX

465 67 30
                                    

—¡Veinticuatro! —exclamé con aire triunfal.

   Alcé el papel en el aire con la solución del ejercicio escrita en él y sonreí con satisfacción en dirección a Dion, quien me observaba con una ceja enarcada, muy probablemente juzgando mis gestos de niño pequeño.

   —Treinta y cinco, pero al menos no estás tan alejado como en el problema anterior —concluyó, provocando que mi expresión alegre se tornara en una pesarosa—. ¿Así es como piensas hacer el examen de mañana?

   Waldo levantó la cabeza de su guitarra justo para ver cómo su mejor amigo me golpeaba con ligereza en la nuca. Efrén y Gus, sin embargo, continuaron hablando sobre acordes, tonos y armónicos, ajenos a lo que pasaba entre Dion y yo. De hecho, estaban tan sumidos en el tema musical, que hasta dudaba de que se hubieran percatado de mi entrada en el aula.
   En la última clase con Dion, este me había ordenado resolver uno de sus complejos problemas al día hasta que tuviera lugar el examen. Algunos resultaron ser más sencillos de lo que en un principio había imaginado, sin embargo, otros eran peor que buscar una aguja en un pajar. El ejercicio previsto para aquella mañana era de esos últimos, por eso me había sentido tan orgulloso cuando vi que había encontrado la solución sin tener que mirar el temario en el libro. No obstante, la corrección de Dion me había dejado casi por los suelos.
   El examen era al día siguiente y parecía más perdido que al inicio del curso.

   —Pero lo he repasado—me quejé, apretando los labios. Miré la hoja que tenía entre manos como si fuera la semilla del diablo—. Tiene que ser veinticuatro, Dion.
   —A ver, dame eso —me ordenó, autoritario, quitándome el papel con suma rapidez.

   Lo vi esconder su rostro tras el folio, por lo que entrecerré los ojos con recelo. Parecía querer ocultar algo para que yo no lo viera, así que tiré de su brazo hacia abajo para entender qué era lo que estaba sucediendo. Lo vi sonreír con malicia y eso fue suficiente. Me crucé de brazos y arqueé ambas cejas.

   —Eres un mentiroso —le ataqué, divertido.
   —Pero tu cara ha sido graciosa. Se te notaba un poco apenado por no haber acertado —se carcajeó. Logró contagiar a Waldo con su risa, mientras yo me mantuve estático y con expresión seria—. Vamos, no me mires con esa cara tan larga. Está todo bien, Simón.
   —Es Simon —respondí con fingido enfado.

   Me dio la hoja con las operaciones que yo había hecho para resolver el ejercicio y estiró las comisuras de sus labios hacia arriba.

   —Con a —se mofó.

   Puse los ojos en blanco.

   —Lo que tú digas… Estás muy contento hoy, ¿no? —comenté y entrecerré los ojos. Le di un par de toques con el índice en el torso para empujarlo con suavidad—. Creo que es la primera vez que te veo tan sonriente.

   Waldo se mordió el labio inferior mientras contemplaba con entusiasmo la reacción de su mejor amigo a lo que yo había dicho. Efrén y Gus levantaron la cabeza, interesados en la conversación de manera repentina.
   Dion se encogió de hombros y le restó importancia, pero, sorprendentemente, no saltó a la defensiva, como había hecho otras veces cuando Waldo había insinuado cosas que no le caían en gracia.

   —Supongo que tu torpeza es divertida de vez en cuando.
   —Ah —asentí con la cabeza y enarqué una ceja—. O sea que básicamente te estás riendo de mí en mi propia cara.
   —Podría decirse así —confirmó con diversión—. Venga, ve con tus amigos y déjame en paz de una maldita vez o empezaré a pensar que te has enamorado de mí. Y, créeme, eso no te situaría en una buena posición, Simon.

   Abrí la boca en forma de “o”, entre asombrado e indignado por su insinuación. Al menos había dicho bien mi nombre, eso ya era un paso bastante grande en nuestra “no relación”.
   Me crucé de brazos, apreté los labios en una fina línea e inflé los mofletes. Giré sobre mis talones y caminé a paso lento hasta la puerta. En realidad, si él hubiera sabido todo lo que yo opinaba sobre él, habría huido del país mucho tiempo atrás. Bueno, al menos podía respirar tranquilo: si él no conocía mis sentimientos era porque no los estaba ocultando tan mal como en un primer momento había creído. Aunque quizá para él fuera menos evidente, porque Waldo y mis amigos se habían percatado hacía ya mucho tiempo.
   Cuando mi mano agarró el pomo de la puerta, tuve una de esas ocurrencias mías que siempre acaban por humillarme y me di la vuelta para mirar a Dion directo a los ojos.

Simon diceWhere stories live. Discover now