Capítulo XXI

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El fin de semana pasó casi volando. Tan rápido que apenas me dio tiempo a descansar de los exámenes que habíamos tenido la semana anterior. Aunque sí aproveché el tiempo para ir de compras con mi madre –quien se había emocionado al saber que tenía posibilidades de aprobar el curso– y mi primo, ver una película en el cine y jugar a la Play. Los videojuegos me volvían tan loco como la carne a un león.
   Pero pronto tocó volver a la rutina escolar. Aguantar el comienzo de un nuevo trimestre y, con ello, un nuevo y más difícil temario de Matemáticas. Iba a necesitar la ayuda de Dion quisiera o no. Aunque supe que él no iba a suponer ningún problema cuando me escribió el domingo por la noche para preguntarme por los días que quería tener clases extraescolares. Decidimos, por acuerdo mutuo, que los miércoles y viernes los dedicaríamos en cuerpo y alma al estudio, ya fuera de Matemáticas, Economía o Historia.
   Por fortuna, tan solo quedaban un par de semanas antes de que llegaran las vacaciones de Navidad. Una de las épocas más bonitas del año y mi favorita. El invierno, la nieve, las noches duraderas y las luces eran lo mío. Todo lo relacionado con el frío me encantaba, en realidad. Siempre había sido un apasionado de las tardes de manta, chocolate y libro o película. Me gustaba más que salir de fiesta, aunque tampoco descartaba esa opción. Me adaptaba a cualquier plan, fuera el que fuera.

   El caso es que el lunes tuve que sufrir ese chute de realidad. La visita de Marcel había trastocado mis horarios nocturnos y me había hecho pensar que ya estaba libre de cualquier clase. Pero, desgraciadamente, no era así.
   Mi primo se quedó durmiendo plácidamente mientras los demás nos vimos obligados a madrugar y prepararnos para ir a trabajar y al instituto. Mi hermano y yo habíamos maquinado un plan la noche anterior para asaltar la habitación de invitados a primera hora de la mañana, pero mi madre nos descubrió antes de que pudiéramos siquiera agarrar las cacerolas de la cocina. Nos hizo prometer que no molestaríamos a Marcel puesto que él ya había cumplido sus horarios lectivos y debíamos dejar que descansara por todos los esfuerzos que había realizado durante el cuatrimestre en la universidad. No tuvimos más remedio que resignarnos y aceptar con aburrimiento su orden.
   Así pues, cuando salimos de casa en dirección a la parada de autobús, Marcel todavía seguía bajo las sábanas, dormitando como un oso en hibernación. Era cierto que mi primo era muy trabajador, pero tampoco podía negar la evidencia: y es que a Marcel le encantaba dormir hasta que sus obstinados ojos decidieran abrirse de par en par, sin ápice de sueño. Mientras que yo apenas descansaba cuatro horas seguidas, él era capaz de dormir doce del tirón.

   Recuerdo que, cuando era pequeño, tenía la necesidad de acercar la cara a la suya para comprobar si todavía seguía respirando. Era un gesto que parecía causarle mucha gracia a mis tíos y a mis padres, aunque a mí me molestaba bastante que se rieran de aquello. ¿Y si realmente le pasaba algo y nadie se daba cuenta? Con el paso de los años, sin embargo, dejé de molestarme en saber si su corazón latía y pasé a lanzarle cosas o hacer ruido para que se despertara. Lograrlo era todo un reto.

   Cuando me despedí de Ten y bajé del autobús, me coloqué los auriculares en las orejas y puse en reproducción aleatoria la lista de música que había hecho sobre bandas sonoras. La música instrumental era una de las que más escalofríos y emociones me provocaban. Era como vivir una historia épica, de romance o cómica a través de simples pero maravillosas notas musicales. No era el único género musical que me gustaba, pero sí el que más me transmitía. 
   Según el mensaje que había enviado por el grupo de WhatsApp, Kéven tenía médico a primera hora, por lo que no íbamos a verlo por el instituto hasta después del receso como mínimo. Quizá ni siquiera apareciera por clase aquel día. Neri me había dicho que iba a esperarme dentro de clase, pues el hecho de que su amigo no la acompañara aquella mañana facilitaba la rapidez de la muchacha a la hora de coger el autobús. Traducción: gracias a la falta de Kéven, Neri podía subirse el transporte público antes que de costumbre.
   Sentí una presencia tras de mí y, de pronto, noté cómo un dedo daba suaves toques en mi hombro. Me sobresalté y giré sobre mis talones para ver quién había importunado mi momento musical. Sonreí de medio lado al ver a Waldo con la funda de la guitarra colgada al hombro. Su cabello castaño cayó rebelde sobre su frente y ojos, por lo que tuvo que sacudir la cabeza para apartarlo y poder verme con mayor claridad. Tiré del cable de los auriculares para quitármelos de las orejas.

Simon diceTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon