Capítulo XLVIII

244 34 15
                                    

Después de días repletos de miradas curiosas en la cafetería del instituto por ver a tres chicos de primero con dos de segundo, Waldo y yo decidimos que lo más coherente era almorzar en un sitio más privado, donde pudiéramos hablar sin escuchar los cuchicheos de los más cotillas. Así que utilizamos el aula de música para ello. Efrén y Gus no se opusieron a nuestra presencia, siempre y cuando siguiéramos ensayando y dando conciertos por los pubs locales.
   Neri y Kéven estaban sentados en el suelo, jugando a cartas como si no hubiera un mañana –siempre al estilo del chico, por supuesto. Con sus reglas y sus trampas–, y Waldo y yo le habíamos pedido a Simon que nos enseñara a decir algunas cosas en coreano.

   —A ver, espera, ¿puedes repetirlo? —casi supliqué con una expresión de confusión dibujada en el rostro. Arqueé las cejas, lo que lo hizo sonreír de medio lado.
   —Maldita sea, Dion —se quejó mi mejor amigo mientras jugueteaba con mis baquetas—. No es tan complicado.

   Lo miré de soslayo.

   —Ah, ¿no? —le encaré. Giré la cabeza en su dirección para amenazarlo con mi mirada y me crucé de brazos—. ¿Por qué no nos haces, entonces, una demostración de tu perfecto nivel de coreano, Waldo?
   —Si Simon vuelve a decir la palabra, yo no tendré inconveniente alguno en repetirla. Es muy sencillo —aseveró, enfrentándome en un duelo de miradas que, muy seguramente, él acabaría perdiendo.

   Le golpeé el hombro a Simon con calma para que hiciera lo que Waldo había solicitado y él me miró con una sonrisa traviesa que empezaba a gustarme cada vez más.
   Ay, no. No había pensado eso, ¿verdad?

   —¿En serio os vais a pelear por esto? —cuestionó con burla, a lo que yo gruñí—. Relaja esos humos, mastodonte.

   Waldo se carcajeó y palmeó la espalda de Simon, como felicitándole por haberme insultado. Después le instó con un gesto de la cabeza a que hiciera lo que le había pedido.

   —Muy bien —suspiró Simon. Inspiró y expiró antes de decir “hola” en coreano, como si estuviera harto de repetir una y otra vez la palabra—: Annyeonghaseyo.

  Waldo se aclaró la garganta bajo nuestra atenta mirada y sonrió con superioridad antes de decir:

   —Anita se cayó.

   Simon y yo nos miramos antes de echarnos a reír como locos. Incluso Kéven y Neri, que parecían más absortos en el juego que en cualquier otra cosa, se carcajearon con la ocurrencia de mi mejor amigo.

   —Muy buen chiste, Waldo. Gracias, maestro, por compartir tu sabiduría con nosotros, de verdad. Ya tienes el nivel necesario para enseñar incluso a los propios coreanos —dije y negué con la cabeza, divertido. Después, eché un rápido vistazo a Simon, que tenía las mejillas rojas de tanto reír. Era adorable, en cierto modo—. Me toca. Repite la palabra, venga.

   Neri suspiró.

   —Annyeonghaseyo —soltó de pronto. Todos la miramos con los ojos como platos y ella apartó la vista de las cartas para observar nuestras expresiones. Se encogió de hombros y siguió a lo suyo—. Ha repetido la palabra por lo menos diez veces. Me he quedado con ella a la primera.
   —Déjate de anigaseyó y céntrate en esto, morena —dijo Kéven, concentrado en las cartas que tenía entre manos.
   —Ann-ye-ong-ha-se-yo —repitió Simon, separando la palabra en sílabas.

   Waldo frunció el ceño y se cruzó de brazos.

   —Simon, ¿cuántos idiomas sabes? —le preguntó.

   El mencionado sonrió con superioridad, como si aquella pregunta le hubiera otorgado un poder especial.

   —Seis —respondió con orgullo—. Español, inglés, francés, coreano, chino y tailandés. Aunque también un poco de japonés.

Simon diceWhere stories live. Discover now