Capítulo VIII

495 82 41
                                    

El timbre había sonado, pero nosotros no nos movimos de nuestros asientos. Escuchábamos, atentos, la explicación que el profesor Pascual estaba ofreciéndonos con respecto al tema de la felicidad y la autoestima. Por muy extraño que suene, nos gustaba tanto cómo impartía la asignatura, que no nos importaba pasar cinco o diez minutos más oyéndole hablar. Sus opiniones eran muy interesantes y el hecho de que nos hiciera preguntas para que participáramos, provocaba que las clases resultaran más amenas.
   Una vez hubo pasado el tiempo de extensión, todos comenzamos a recoger nuestras cosas. Alexander nos agradeció el haberle prestado atención y, casi con prisa, salió del aula antes de que todos lo hiciéramos. En realidad, era la primera vez que se marchaba sin esperar, así que supuse que tenía algo importante de lo que ocuparse.
   Neri y Kéven tardaron un poco más que yo en recoger, pero no me opuse a esperarles cuando me lo pidieron. El chico era el más tardón de los tres. Sobre todo, porque tenía que recoger el instrumental de pintura que sacaba en todas y cada una de las clases. Fuese cual fuese.

   —Gracias por no dejar que me hunda yo solo en este barco —nos agradeció cuando, una vez hubo terminado, nos vio a ambos apoyados en una mesa.
   —Demasiado Titanic, Kéven. La próxima vez, veremos otra película. Leonardo DiCaprio me tiene un poco saturada —habló la morena.

   Reí con soltura ante sus tonterías, pero enmudecí en el momento en que cruzamos el umbral de la puerta. Neri y Kéven me miraron de reojo, con una media sonrisa dibujada en sus bocas, y yo puse los ojos en blanco.

   —¡Hola! —exclamó Waldo en nuestra dirección.

   Dion estaba tras él, con la espalda apoyada en la pared y los brazos cruzados. Miraba hacia otro lado, por lo que supuse que él no tenía nada que ver en esta visita inesperada. Yo estaba tan incómodo como él debido a nuestra última interacción. Además, vernos dos veces en un mismo día era demasiado para mi verborrea y mi salud mental.
   Su mejor amigo se aproximó a nosotros y se presentó a mis compañeros, siempre con una sonrisa de oreja a oreja. Ellos hicieron lo mismo.

   —¿Ha pasado algo? —cuestioné, tratando de ir al grano.

   No quería sonar rudo ni borde, pues Waldo no era culpable de aquella situación, pero estaba harto de recibir largas de forma reiterada.

   —No, no. Solo quería asegurarme de que no te hubieran puesto un parte por haber llegado tarde a clase —contestó Waldo. Agarró con más fuerza las asas de su mochila y miró a Dion—. Él me ha dicho que lo había arreglado, pero no me fío de su palabra en lo que a ti respecta.
   —Pues ya puedes recobrar tu confianza en él —le aseguré—. Cero reprimendas. Ha cumplido su misión con creces.

   El cascarrabias malhumorado chasqueó la lengua mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás.

   —Ya te lo había dicho. Está todo solucionado —se molestó—. ¿Podemos irnos ya? No quiero seguir aquí más tiempo del necesario.
   —Pasas más tiempo cuando tengo entrenamiento y te quedas a verme jugar, así que deja de quejarte tanto y de fruncir el ceño, que te van a salir arrugas. Tienes diecisiete años y ya pareces un viejo de setenta —le vaciló Waldo, sonriendo levemente. Después, volvió su vista hacia nosotros de nuevo—. Bueno, pues entonces supongo que ya nos veremos por aquí. Y muchas gracias por lo de antes, ha sido muy instructivo.
   —Nada que no pudiéramos decir nosotros —musitó Dion, incorporándose para comenzar a alejarse—. Venga, vámonos. Estoy hambriento.

   Apreté los labios en una fina línea para reprimir una sonrisa: era igual que mi hermano.
   Waldo, como tantas veces, se disculpó con la mirada y con un susurro, y lo siguió a paso más lento. Cuando estaban a unos metros de distancia, decidí que ya era hora de comenzar a hacer migas con aquel chico sin matarnos el uno al otro. Con suerte, su mejor amigo estaría de mi lado y trataría de convencer a Dion.

Simon diceWhere stories live. Discover now