Capítulo III

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Solo vi cómo un cuerpo corría a toda velocidad en mi dirección y, después, todo se tornó negro. Hacía tan solo dos segundos que había cruzado el umbral de la entrada y había cerrado la puerta, pero parecía que el mundo conspiraba en mi contra y había decidido bautizar aquel como el día oficial de “chócate con Simon”. Tal vez alguien, allí arriba, ofrecía recompensas por cada vez que alguien se estampaba contra mí y me hacía caer de golpe.
   No pude levantarme hasta que el cuerpo que había caído sobre mí se quitó de encima. La radiante sonrisa que Ten me ofreció me dio a entender que había tenido un buen día en la escuela. Justo al contrario que yo, excepto por el hecho de haber conocido a Neri y a Kéven. Y puede que también por haber vuelto a ver al chico del autobús… aunque hubiera resultado ser un completo cretino.

   —¿Te han dicho algo por los calcetines? —me preguntó Tylou. Arqueé las cejas y eché un vistazo a la prenda recientemente mencionada. Después, miré de nuevo a mi hermano—. Tu cara no dice nada bueno, Simon.

   Me puse en pie resoplando y, tras dejar la mochila junto al mueble de la entrada, caminé hasta la cocina. Ignoré a mi hermano todo lo que pude, pero su insistencia me hizo flaquear y, finalmente, tuve que contarle lo ocurrido. Él era el único de la casa que conocía mi secreto. Y no me refiero al hecho de ser homosexual –dato que era conocido por toda la familia al completo, inclusive mi abuela más tradicional y conservadora–, sino a haber besado a un chico desconocido en un autobús repleto de gente.
    Era de esperar que, en el momento en que terminé de relatar los acontecimientos, se pusiera a gritar como un loco demente. El chaval tenía un problema mental muy grave, ya que desde que le había contado lo del bus, no dejaba de hacer insinuaciones demasiado pervertidas para un chico de trece años. Y cada vez que veía a alguien que podía encajar con la descripción que yo le había dado sobre Dion, me preguntaba si se trataba de aquel al que yo había besado.
   Si lo miraba por el lado bueno, ya no tendría que escuchar ese tipo de preguntas. Quizá ese era el partido que podía sacarle a todo lo que me había pasado a lo largo de la mañana.

   —Entonces… ¿es tan guapo como lo recordabas? —me preguntó en un tono socarrón que no me gustó nada. Al mirarle con el ceño fruncido, vi cómo sus cejas se movían de arriba a abajo.
   —A veces me pregunto por qué te cuento a ti estas cosas —comenté, poniendo los ojos en blanco—. Y sí. Es tan o incluso más guapo. Pero es un imbécil. Creí que sería más amable y extrovertido. Aquel día lo parecía, al menos.
   —¿Y dices que te ha llamado “chino”? —cuestionó Tylou con diversión—. No es que me guste que confundan a los coreanos con los chinos, pero es gracioso. Normalmente no tienden a llamarnos por nuestro lugar de procedencia a la cara por temor a nuestra posible reacción, pero ese chico parece no tenerle miedo a nada. Simón. Saimon con a… ¿Nunca Simon? Hermano, si no consigues salir con ese chico, te juro que lo adopto. Lo necesito como parte de la familia.

   Lo fulminé con la mirada mientras me levantaba de mi asiento para ir a la nevera. Dado que mis padres habían pasado la mañana en el trabajo y nosotros casi acabábamos de llegar de clase, ninguno habíamos tenido tiempo de hacer la comida, por lo que solo teníamos sobras del día anterior. Un delicioso cocido madrileño que habíamos hecho entre mi hermano y yo.
   Saqué el táper lleno de comida y lo eché en una cazuela para calentarlo. Tras dejar la comida cocinándose, giré sobre mi propio eje y me apoyé en la encimera, cruzándome de brazos. Vi a mi hermano pegado a la pantalla del móvil por lo que supuse que había dejado estar el tema. Sin embargo, no podía estar más equivocado. De pronto, alzó la cabeza y me miró con una chispa de malicia en sus ojos. Dibujó una sonrisa de psicópata que, de no haberse tratado de mi hermano, habría pensado que sus intenciones ocultas eran asesinarme, meterme en una bolsa de plástico y tirarme por un barranco.
   Abrí los ojos de par en par cuando dio la vuelta a su teléfono y me enseñó el perfil de instagram de un chico llamado Dion, y me acerqué a él tan rápido como un guepardo. Le arranqué el aparato de sus manos y eché un vistazo a las fotos de aquel chico. Afortunadamente, no era el Dion de mi instituto.
   Suspiré aliviado, pero Ten no me dio mucho tiempo para celebrarlo. Volvió a coger su móvil y, segundos después, me mostró nuevamente lo que había encontrado. Noté cómo se me cortó la respiración solo con ver la foto circular del perfil. Ese sí que era él.

Simon diceWhere stories live. Discover now