Capítulo X

539 82 59
                                    

Neri y yo estuvimos puntuales en la puerta de entrada. Kéven, sin embargo, tardó diez minutos en llegar, lo que nos dejó con cinco minutos de margen para llegar hasta el salón de actos, donde tendría lugar la reunión a la que íbamos a asistir. La morena no se enojó porque conocía a su amigo lo suficiente como para saber que no iba a llegar a tiempo. Por eso nos había hecho ir antes de la hora.
   En la sala estábamos unas veinte personas, todas con intención de apuntarse fervientemente al taller de teatro. A excepción de Kéven, que solo había venido por satisfacer a Neri, y de mí, que iba a escuchar antes de decidir qué hacer. Los encargados de escribir y dirigir la obra, eran antiguos alumnos del instituto. Hablaban con mucha emoción sobre la representación de aquel curso, y su amabilidad y extroversión me alentaron a querer apuntarme. Por supuesto, aún no tenía nada decidido, pero su simpatía era, sin duda, un aliciente y un punto a favor.
   Nos explicaron que el taller tendría lugar los fines de semana y, tal vez, si acaso era necesario algún ensayo más, se tendría que utilizar alguna hora de las clases. Eso, desgraciadamente, era un punto negativo. Mi madre se había mostrado adepta a la idea de apuntarme a teatro porque quería que hiciera alguna extraescolar, no obstante, yo sabía que ella no aceptaría que tuviera que perder horas en el instituto. Sobre todo, teniendo en cuenta que mis notas no eran demasiado buenas.
   Ya hasta podía imaginarla diciendo: No es una extraescolar si necesitáis robar horas de clase. A ella no le iba a hacer ninguna gracia. Y, sinceramente, a mí tampoco. Necesitaba una buena media si quería estudiar traducción y mudarme a Corea con mis abuelos –o a algún otro sitio que no fuera la casa de mis padres–.
   Tenía mucho en lo que pensar. No como la morena, al parecer. Neri estaba tan entusiasmada como al principio de la reunión, y no dudó en ir a hablar con los encargados del taller cuando esta se dio por finalizada. Por supuesto, antes de hacerlo, nos dio permiso para ir yendo hacia la cancha de baloncesto que había en el jardín trasero del instituto, donde tendría lugar el partido que tanto ansiaba ver Kéven.
   Al parecer, y según me había contado el día anterior, Waldo formaba parte del equipo de baloncesto, jugando como alero. Lo cierto era que yo no tenía ni idea de qué significaba ser un alero, pero lo comprendí cuando Kéven me explicó exhaustivamente todas las posiciones de aquel deporte. Yo realmente pensaba que, en el baloncesto, simplemente debías agarrar el balón y hacerlo botar hasta llegar a la canasta contraria para encestar. Kéven casi me asesinó cuando le dije aquello, por lo que decidí prestar atención a su explicación, solo para que no tuviera que contratar a un sicario o planear cómo matarme sin que pareciera un homicidio.
   Llegamos a la cancha más pronto de lo debido. Todavía quedaba media hora para que diera comienzo el partido, aunque ya había algunas personas que se habían acercado a reservar un asiento en las primeras filas de las gradas. Nosotros, por supuesto, no íbamos a ser menos. De hecho, escogimos tres asientos situados casi detrás del banquillo del equipo del instituto. Los jugadores no habían salido todavía porque estaban en los vestuarios, cambiándose y recibiendo algún tipo de charla motivacional por parte del entrenador. O eso era lo que sucedía en las películas… más o menos. Normalmente, más que motivarlos, los entrenadores solo lograban crear más presión en los jugadores.

   —Suelen pasar con comida y refrescos, pero hay un puesto por aquí cerca. No creo poder esperar a que venga el chico de los bocadillos, ¿te importa quedarte a guardar el sitio mientras yo busco la comida? —me preguntó Kéven, pocos minutos después de sentarnos.

   Asentí con una sonrisa dibujada en mi boca mientras mi amigo se ponía en pie. Coloqué mi abrigo en un asiento y mi mochila en otro, solo para que la gente supiera que estaban reservados y que no debían sentarse en ellos bajo ninguna circunstancia. Kéven me dijo que traería algo para nosotros dos también y se marchó tan rápido como sus piernas le permitieron. Por lo que conocía sobre él, ese chico era tan o más comilón que yo. Y eso era mucho decir.
   El público fue llegando poco a poco, asentándose en los lugares que veían libres. Más de uno trató de colocarse a mi lado, pero tuve que negarles el asiento porque ya estaban ocupados por mis amigos. Aunque estaban tardando más de lo que había creído en un primer momento.

Simon diceWhere stories live. Discover now