Capítulo XLIV

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Me costó convencer a Neri y a Kéven para que me acompañaran después del partido de baloncesto a ver tocar al grupo de Dion. Habían alegado que no era para nada una actividad positiva y, mucho menos, una forma de cortar con toda relación por lo sano.
   “Lo más coherente es no hacer nada que tenga relación con ese chico”, había asegurado la morena con una convicción que casi logró persuadirme. Sin embargo, su argumento había sido derrumbado cuando me percaté de que asistir al partido de Waldo y su equipo también guardaba relación con Dion.
   Así que, finalmente, no tuvieron otra opción más que aceptar acompañarme. Algo que agradecí, porque no quería enfrentarme yo solo a aquella situación.
   ¿Sin acompañantes en un bar para ver como toca un grupo de cuatro chicos, a riesgo de toparme especialmente con uno de ellos? No, gracias. Aunque, bueno, me seguía aferrando a las palabras que decía mi padre: “Huir no siempre es de cobardes”.
   Nos adentramos en el local a paso lento, como si hubiera una bomba a punto de explotar en el interior y nos estuviéramos metiendo de lleno en la boca del lobo. Lo cual, metafóricamente hablando, era cierto.
   Mis dos amigos fueron a buscar asiento en una de las mesas más cercanas al pequeño escenario —más bien era una tarima– mientras que yo, como siempre, me acerqué a la barra a pedir las bebidas. Por suerte, esta vez era una chica la que atendía a los clientes y no un chico pelirrojo llamado Elías con ganas de cortejarme. Todavía tenía su número guardado en el teléfono; no había tenido oportunidad de borrarlo. O, quizá, no quería hacerlo.
   Tal vez quería tener un pretendiente más bien decente. Aunque no lo conociera lo suficiente. Quizá Elías era camarero por la mañana y asesino de adolescentes cortejados por la noche.
   Igualmente, la opción de mandarle un mensaje estaba ahí. Y eso ya contaba algo. Sin embargo, no podía quedar con alguien cuando, en realidad, quería a otra persona. Era injusto y egoísta para para el otro, y no quería hacer sentir a nadie como un segundo plato. 

   —¿Qué quieres, corazón? —me preguntó la chica mientras mascaba un chicle de un modo bastante desagradable.

   Tenía mechas rosas en el cabello, un maquillaje despampanante, lleno de brillos, y unas pestañas enormes de color rosa, seguramente postizas. Resplandecía como una lentejuela y lo cierto es que me pareció bastante atractiva. Pensé que quizá podía mandar a Neri a por otra bebida cuando acabara la mía.

   —Dos limonadas y un zumo de piña —le pedí para después sacar la cartera del bolsillo.
   —Que corra de mi cuenta, Amaia —dijo una voz a mi espalda. Reconocí a Waldo sin siquiera darme la vuelta para verle la cara—. Buenas noches, Simon. Te dije que yo os iba a invitar a las bebidas, ¿no?

   Lo miré fijamente y sonreí.

   —Oye, pero no hacía falta que pagaras eso —le dije. Se encogió de hombros—. Por cierto, enhorabuena por el partido. Estaba claro que lo teníais ganado.
   —¡Gracias! —exclamó, emocionado.

   Me mordí el labio inferior y dirigí la vista hacia la mesa que ocupaban mis amigos. Sin embargo, un movimiento en el escenario llamó mi atención: Dion se estaba colgando una guitarra al cuello. Busqué con la mirada al resto del grupo y me topé con Gus y Efrén, que, sentados en una de las mesas que había junto a una de las ventanas, tomaban un par de cervezas con suma tranquilidad. Estaba claro que no tenían intención alguna de subir a tocar y cantar; al menos por el momento.
   ¿Qué diablos estaba ocurriendo? ¿Qué se proponía Dion? ¿Acaso le había dado la venada solista y había dejado a sus compañeros? No, eso no podía ser, porque si hubiera abandonado la banda, sus amigos no habrían estado en ese mismo local.
   Fruncí el ceño y escudriñé la expresión de Waldo con sumo detalle.

   —¿Qué está haciendo? —le pregunté con repentino interés.

   Waldo sonrió con ternura en dirección a Dion y después me miró fijamente.

Simon diceWhere stories live. Discover now