Capítulo XXXVI

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Cuando les conté a Neri y a Kéven lo ocurrido con Dion en mi casa, ellos me dijeron que sabían lo del gemelo –que todo el instituto lo sabía, en realidad–, pero que no se les había ocurrido que él podía haber sido el destinatario de ese beso. El mal humor de Dion y su fijación en vacilarme cada vez que tenía ocasión lo habían tomado como la venganza perfecta por aquello. Así que no me hablaron sobre su hermano por eso mismo; no creyeron que fuera necesario porque yo estaba cien por cien seguro de que él había sido el chico del autobús. Claro que no contaba con un doble suyo.
   Llevaba una semana sin dirigirle la palabra a Dion, aunque de vez en cuando, en la hora del receso, se me escapaba la vista y lo buscaba en la cafetería. A veces daba con él, en una mesa lejana, sentado junto a Waldo. Otras veces, sin embargo, no había rastro de su negra melena y sus oscuros ojos, lo que me llevaba a suponer que estaba ensayando en el aula de música. O quizá trataba de evitarme. Aunque, dado lo que sabía sobre él, no creí que fuera el tipo de persona que escapa de otra.
   Echaba un poco de menos molestarlo con mi presencia, pero no iba a ser yo quien diera el brazo a torcer. Estaba harto de querer y ser rechazado. Estaba harto de sus insultos y de sus bromas de mal gusto. Estaba harto de su rostro, tallado por los dioses. Estaba harto de él. Y, por eso mismo, también estaba jodida e irrevocablemente loco por él.
   ¡Dioses! ¿Eso me hacía ser un demente, como él había dicho?

   —El otro día hablamos sobre el amor y la belleza —escuché la voz de Alexander por encima de mis pensamientos, lo que me hizo regresar a la realidad—. Pero solo nos basamos en la teoría socrática y platónica. ¿Qué tal si pasamos de los principios de la filosofía al gran existencialista Nietzsche?

   Parecía que Alec me leía el pensamiento. Era como si mi cerebro –y mi trágico romance inexistente–y él se pusieran de acuerdo para hablar sobre aquello que me producía malestar.

   —“Hay siempre algo de locura en el amor, aunque en la locura siempre hay algo de razón”. ¿Qué os inspira esta frase?

   No maldije en voz alta por respeto a la clase, a Alexander y a mi propia dignidad, que ya venía un poco rota de fábrica. Levanté la mano, mi ceño fruncido, y gruñí en un susurro. El profesor me señaló con el dedo índice.

   —Creo que alguien que estuvo enamorado toda la vida de la persona equivocada no tiene ni puñetera idea de lo que es el amor —solté atropelladamente. Después, me mordí el interior de la mejilla y me insulté mentalmente por haber dicho tal barbaridad. ¿Qué había sido de aquello de no maldecir en voz alta? —. Lo siento.
   —No, está bien. A principio de curso os dije que quería que os enfadarais y jugarais con las cartas que yo os ponía encima de la mesa. Si eso es lo que opinas… ¿puedes explicarlo un poco más? —me pidió, sumamente tranquilo.

   Tomé aire.

   —Bueno, según tengo entendido, Nietzsche estuvo muy enamorado de una joven. Ella lo rechazó una y otra vez, pero él no se dio por… —me detuve.

   Enmudecí. “No se dio por vencido”. Esa era la frase que iba a decir. ¿En qué me convertía eso? ¿En un cobarde hipócrita?
   No. Definitivamente, no.
   Porque yo ya lo había intentado muchas veces, y en todas ellas había fracasado estrepitosamente. Nietzsche y yo éramos como dos gotas de agua. Solo en algunos aspectos, cabe decir.

   —No se dio por vencido —terminé la oración—. Pero, Alec, una persona que ha estado loca por amor, no puede decir que su locura ha tenido algo de razón. Todo el mundo decía que había perdido la cabeza por esa mujer; incluso su hermana secundaba la moción. Y ni siquiera había tenido un romance bilateral real: a él le gustaba; a ella, sin embargo, no.
   —¿Acaso un loco no puede ser lógico? —me preguntó.
   —Sí, pero… No es lo mismo. Mira, Nietzsche hablaba mucho del amor. Un amor tóxico que acabó en odio. No sé muy bien cómo explicarme —chasqueé la lengua, desesperado por encontrar las palabras adecuadas.

Simon diceNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ