Capítulo XLV

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Lo miré de reojo mientras corregía un par de problemas de matemáticas que me había mandado hacer. Era extraño tenerlo de vuelta en casa, sobre todo después de haber pasado más de un mes sin dirigirnos la palabra.
   Mi madre, por supuesto, se había entusiasmado con la idea de que nos hubiéramos perdonado mutuamente y de su regreso como mi profesor particular. Mi padre, no obstante, estaba un poco más preocupado, atento por si volvía a ocurrir algo que pudiera hacerme daño. Era muy protector, quizá demasiado. Ten, por su parte, estaba contento de tener un compañero con quien meterse conmigo. Aunque también me había dejado en claro que, si volvía a tener lugar otra pelea, acabaría con él en un simple movimiento de mano: cada vez tenía más destreza con el Kung Fu.
   Devolví mi vista a los nuevos ejercicios que me había planteado y mordí el lápiz, un gesto que se había vuelto costumbre cada vez que intentaba poner toda mi concentración en algo. Las matemáticas realmente me pedían a gritos que pusiera ambos ojos sobre ellas.

   —Siento curiosidad… —comenzó a hablar Dion. Levanté la vista de la hoja y lo miré con las cejas arqueadas, como esperando a que terminara la frase. Había depositado los problemas en la mesa, ya corregidos—, ¿de dónde son tus raíces asiáticas exactamente?

   Sonreí ligeramente, me ajusté las gafas, que se habían deslizado casi hasta la punta de mi nariz, y continué en mi intento por resolver los ejercicios. A mi lado, Dion recargó su cabeza sobre sus brazos cruzados por encima de la mesa, y me contempló pacientemente.

   —Corea —respondí mientras escribía un resultado a lápiz—. Mi abuela materna es de Tailandia y mi abuelo es de China, pero se conocieron en Corea y tuvieron allí a mi madre. Ellos siguen viviendo allí.
   —¿Alguna vez has ido a visitarlos? —me preguntó con cautela, como si estuviera tratando de desactivar los cables de una bomba con la mayor suavidad posible.
   —¿Qué te pasa? —reí mientras volví a mirarle—. No están muertos y se portan muy bien conmigo, con Ten y con mis padres. ¿Cuál es el problema entonces?
   —¿Que viven lejos?

   Sonreí cuando lo vi encogerse de hombros, todavía con la mejilla acostada en su antebrazo.

   —Vamos allí una o dos veces al año, y ellos también suelen visitarnos —le respondí con simpleza—. Oye, ¿esto está bien?

   Le mostré el folio con los ejercicios, pero siquiera se molestó en echarles un vistazo. En su lugar, me observó con fijación, como si yo fuera un enigma muy complejo de resolver. Y eso me extrañaba sobremanera, pues yo era casi como un libro abierto. O eso era lo que decían todos aquellos que me conocían.
   Frunció el ceño y mordió su labio inferior.

   —¿Te gusta más aquello o prefieres España?
   —Son lugares completamente diferentes, Dion —le dije—. Pero, ¿a qué viene este interrogatorio? —Entorné los ojos y dibujé una sonrisita maliciosa—. ¿Acaso tienes miedo de que me vaya?

   Me observó con superioridad, con ambas cejas enarcadas, pese a que todavía continuaba recostado sobre la mesa.

   —Organizo mentalmente mis prioridades. Quiero decir, quizá hoy obtenga mis veinte euros la hora por estas clases particulares que tantos dolores de cabeza me dan, pero puede que mañana pierda el trabajo porque tú has decidido mudarte a Corea —comentó con un ápice de diversión en su expresión.

   Sonreí.

   —¡Vaya! ¿Cómo lo has adivinado? Es cierto, mañana mismo me voy —le seguí el juego. Dejé el lápiz sobre la mesa y acerqué mi rostro al suyo de forma peligrosa—. Mi avión sale a las seis de la mañana. Puede venir a despedirme, si le place a su Majestad.

   Dion resopló sin descaro alguno y levantó levemente su cabeza para ladearla hacia un lado, tal como un perro cuando no logra comprender lo que su dueño le dice. Era demasiado adorable para ser real. ¡Y lo tenía justo delante de mí! ¡En mi casa!

Simon diceWhere stories live. Discover now