Prólogo

1.1K 65 115
                                    

¿Estoy muerta?

No. Creo que todavía no.

Pareciera que el dolor y la confusión pueden sobrevivir a cualquier cosa, algo así como lo que se dice de las cucarachas en el evento de un apocalipsis nuclear. Honestamente siempre pensé que la muerte le pondría un final definitivo a este sufrimiento, pero aquí estoy, a punto de estirar la pata y, pese a ello, tanto el dolor como la confusión siguen bien prendidos de mí.

Nueva teoría: nuestros cuerpos son más frágiles que nuestros demonios emocionales.

Aunque esa debería ser la menor de mis preocupaciones, si tomamos en cuenta que en estos momentos me cuesta respirar y que no puedo moverme. No estoy segura de cómo llegué aquí. No puedo recordar en dónde estaba ni qué estaba haciendo.

Lo que más desearía es abrir los ojos porque esta oscuridad me está aburriendo... de acuerdo, asustando; el problema es que ni siquiera sé en dónde están mis párpados.

Mis oídos, por el contrario, parecen mas agudizados que nunca, casi me siento Daredevil de tan claramente que puedo distinguir cada sonido a mi alrededor. Escucho sirenas de patrullas y ambulancias acercándose, neumáticos rechinando contra el pavimento y un ejército de voces desconocidas; escucho vidrio fracturándose debajo de suelas de zapatos y gente corriendo de un lado a otro. Gritos, órdenes y respuestas a preguntas que no logro comprender pero que me hacen sentir como si estuviese dentro de una serie policíaca.

«CSI Mérida». Inserte una canción de The Who aquí.

Cada minuto es eterno en esta oscuridad, pero al menos mi sentido del humor parece haberse restaurado.

Algo es algo.

Ahora escucho pitidos provenientes de una máquina y un sonido ventoso que me causa un dolor descomunal en el pecho. No puedo sentir otra cosa que ese dolor anunciado siempre por la misma cuenta: «uno, dos, tres...» uh, agárrate que aquí viene de nuevo.

Si media década de ver series médicas me ha dejado algún conocimiento, entonces ésta debe ser la parte en la que me están haciendo la reanimación cardiopulmonar: la resucitación, pues.

Me siento flotar. Después las sirenas se escuchan más cerca, casi como si estuvieran dentro de mi cabeza.

Ahora escucho más máquinas que antes; metal golpeando contra más metal, tela desgarrándose; voces amortiguadas que murmuran tecnicismos que no asemejan para nada a las cosas emocionantes que gritan los doctores en las escenas del área de urgencias de las películas y las series médicas que tanto me gustan. Detrás de todo el ruido hay un pitido constante, irregular y chillón que comienza a fastidiarme.

Luego todo es silencio.

Mis oídos se despiertan para escuchar un pitido distinto: este es estable y pausado; ah, éste seguramente lleva la cuenta de mi ritmo cardiaco.

—¿Cómo está? —Pregunta la voz de mi hermano—. Sea honesto.

La persona que está con él se aclara la garganta antes de comenzar a hablar. Y desde ahí puedo adivinar que no serán buenas noticias.

—Eva sufrió una fractura distal del radio derecho, la cirugía salió bien, pero es posible que necesite más intervenciones. Decidimos colocarle una placa y tornillos de acero inoxidable —el hombre, que asumo que es mi doctor, hace una pausa—. La fractura de la pierna fue menos aparatosa, por ahora estoy convencido de que el yeso será suficiente.

El doctor se queda callado, probablemente para darle oportunidad a mi hermano de asimilar lo que acaba de escuchar.

—No voy a mentirte, Gustavo, el proceso de recuperación será lento y muy doloroso. Eva va a requerir bastante fisioterapia, una evaluación psiquiátrica extensa y posiblemente mas cirugías.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now