Capítulo 24: El piso de vidrio

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El primer evento se dio la mañana en que Valerie nos llevó a conocer la Torre CN. Tratándose uno de los símbolos más importantes de la ciudad, aseguró que aprenderíamos mucho más sobre ella visitándola, que estudiando teoría sobre ella en el aula.

 Tratándose uno de los símbolos más importantes de la ciudad, aseguró que aprenderíamos mucho más sobre ella visitándola, que estudiando teoría sobre ella en el aula

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Irónicamente el recorrido comenzaba, precisamente, con la parte teórica. En la planta baja de la torre, se encontraba una sala de proyecciones en la que el visitante recibía un poco de historia sobre su construcción, en formato de un video que duraba treinta minutos.

Después había que hacer una fila larguísima para llegar a los ascensores que nos llevarían a la Plataforma de Observación Interior, la cual se encontraba a, nada más y nada menos que: 346 metros de altura.

Yo estaba hecha un manojo de nervios.

Muy poca gente lo sabe, pero sufro de un cierto grado de acrofobia. Puedo volar en avión sin problemas, pero a veces, algo tan sencillo como mirar hacia abajo desde la ventana de un edificio muy alto, puede producirme vértigo y algo similar a un ligero ataque de pánico.

Puedo estar sentada en un balcón por horas sin sentir miedo, y luego sentir terror al intentar descender de una escalera plegable, mientras mi mente me muestra una muerte bastante aparatosa y sustancialmente ridícula.

Cuando abordamos el elevador, intenté abrirme paso entre mis compañeros para quedar lo más lejos posible de las puertas de cristal, de modo que sus cuerpos me impidieran ver el recorrido hacia la plataforma; para mi desgracia, en un acto de galantería, Alex y Sebastián se aseguraron de que Hope y yo quedásemos justo al borde de éstas.

Yo los maldije en silencio.

Cuando las puertas se cerraron, el cristal me quedó a unos centímetros de la nariz. El ascensor comenzó a subir. Me sobresalté, y como resultado del movimiento involuntario de mi cuerpo, el dorso de mi mano rozó el dorso de la de Hope. No me moví ni un milímetro, intentando mantener ese leve contacto de nuestras manos.

Cuando el ascensor alcanzó la altura en la que ya no había concreto obstruyendo la visibilidad, el centro de Toronto se reveló ante nosotros. Mi acrofobia entró en acción, y antes de que pudiera detenerme a razonar lo que estaba haciendo, mi mano se aferró a la de Hope, envolviendo sus dedos en los míos con un movimiento veloz y desesperado.

Ella apretó mi mano con más firmeza, transmitiéndome una cierta sensación de seguridad.

Un miedo distinto me asaltó entonces, fraccionando mi atención en dos partes: una que estaba aterrada de la velocidad con la que el ascensor se movía; la otra, derritiéndose ante el placer que me provocaba el contacto con la piel cálida de Hope.

Esos fueron los sesenta segundos más largos de toda mi existencia.

Al llegar a la Plataforma de Observación, solté la mano de Hope para salir disparada del elevador.

—¿Estás bien? —preguntó ella, alcanzándome enseguida.

Asentí, mientras el alma me regresaba al cuerpo.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora