Capítulo 6: La infame fiesta en Telchac

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Al atravesar la reja y adentrarnos en el pasillo que conducía al área común de los cuatro edificios que conformaban el complejo, nos encontramos con un mundo de gente. Quizás unos veinte dentro de la alberca y otra docena en las cercanías. Otros estaban sentados en círculo, jugando lo que parecía ser una versión nudista de la botella. Los demás estaban repartidos entre el asador, la playa y la mesa en la que estaba el equipo de sonido.

Apoyado contra una pared, estaba un tipo vomitando escandalosamente sobre los matorrales.

Al costado derecho de la alberca estaba un grupo de gente jugando Jenga sobre una mesa que no parecía tener gran estabilidad. Justo cuando íbamos entrando, la torre se cayó.

—¡Chela explosiva para Fernando! —gritó uno de ellos y, junto con él, salieron todos corriendo hacia la palapa en la que se encontraban los alimentos y bebidas —¡Chela explosiva, chela explosiva!—, gritaban en coro.

El que asumí que era Fernando, iba detrás de ellos con expresión tan inocente, que sentí pena por él.

—¿Por qué tanto escándalo? —preguntó el incauto.

—¡Pobre! No sabe lo que le espera —dijo Ana, riéndose.

La chela explosiva consiste en sacudir una lata de cerveza arduamente, hasta que el contenido se encuentre listo para explotar. Entonces, la persona a cargo de administrarla se coloca estratégicamente detrás de la víctima, sosteniendo la lata en posición horizontal a la altura del rostro de la misma. En un movimiento veloz, el administrador del castigo, perfora un costado de la lata y la acerca a la boca de la víctima. El chorro de cerveza sale con tanta presión, que el resultado, es una embriaguez casi instantánea.

—¡Prima! —Esteban se acercó para darnos un abrazo—. ¿Qué horas son estas de llegar?

—Fue mi culpa —Me apresuré a decir, para ahorrarle explicaciones a mi amiga.

—¡Eva! ¡Qué milagro! —dijo Karina, la novia de Esteban, conduciéndonos hacia la palapa en la que se encontraban las bebidas y las botanas—. ¿Qué quieren tomar?

—Lo más fuerte que tengas. Quiero embriagarme y quiero que sea rápido —contestó mi amiga.

Karina miró a Esteban, quien se encogió de hombros y luego a mí. Ella, al igual que nosotros, sabía que Ana no bebía.

—Terminé con Andrés —dijo Ana, finalmente.

Esteban puso cuatro caballitos tequileros sobre la barra, sacó una botella de Sauza Reposado y los llenó a tope, mientras Karina cortaba cuatro rodajas de limón para ponerlas sobre un plato desechable en el que también sirvió una pizca de sal.

Ana sostuvo su caballito en alto cuando los demás lo hicimos. Los tres la mirábamos con inquietud, como preguntándonos en silencio si en verdad se atrevería.

—¡Salud! —dijo Ana.

Esteban, Karina y yo nos empinamos nuestras bebidas. Los tres estábamos ya poniendo nuestros caballitos vacíos sobre la barra, cuando Ana apenas comenzaba a beber el suyo de a sorbitos, haciendo muecas. Cuando por fin se lo terminó, empanizó una rodaja de limón en la sal y se lo metió a la boca.

—¡Fondo! ¡Fondo! ¡Fondo! —gritaban los jugadores de Jenga cerca de nosotros, mientras Fernando se esforzaba por terminarse la chela explosiva.

—Si realmente quieres beber hasta olvidar —dijo Esteban, aclarándose la garganta—, te cambio las llaves del auto por la botella de Sauza.

Ana le entregó sus llaves.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now