Capítulo 14: El padre Carson y las «señales del Señor»

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Cuando regresé al departamento eran las diez y media de la mañana. «Nueve y media en Mérida», pensé. «Deben estar preparándose para ir a la misa de las diez de la mañana».

Coloqué mi billetera, mis llaves y una libreta de dibujo en mi mochila tipo mensajero que llevaba a Totoro impreso en la solapa. Luego tomé abrigo, bufanda y gorro, y salí corriendo del departamento. Cuando llegué al pasillo en el que estaban los teléfonos públicos, me encontré con que el señor del aseo estaba trapeando y el piso estaba mojado.

Me armé de valor y salí a la calle en busca de un teléfono público. Encontré uno a media cuadra del edificio, a las afueras de una tienda. El tono sonó varias veces antes de que la voz de mi mamá respondiera.

—¿Diga?

—Hola, mamá.

—¡Eva, hija! ¿Cómo estás? Escuché tu mensaje pero no tuve forma de comunicarme contigo.

Un nudo se formó en mi garganta al escuchar la alegría que le ocasionó mi voz.

—Todo muy bien... —Comencé a decir, estaba por contarle que había mucho frío, pero ella no me dejó terminar.

—¡Bendito sea Dios! Qué bueno que no tuviste ningún contratiempo. Hoy voy a rezar mucho por ti; le voy a pedir al Señor que las cosas te salgan muy bien este año.

—Gracias.

—¿Vas a ir a misa?

La pregunta me tomó por sorpresa.

—No sé, mamá. No conozco la ciudad y no sé dónde haya una iglesia.

—Preguntando se llega a Roma, hija. Aún estás a tiempo.

—Pero aquí ya son mas de las diez.

—¡Ay, Eva! Seguro en todos lados hay misa de mediodía.

Mientras ella comenzaba a darme razones para no faltar a misa en un día en el que tenía tanto que agradecerle a Dios, mis ojos comenzaron a explorar los alrededores. En la calle de enfrente había un banco, una vinatería y un enorme edificio departamental.

—...la hermana Fátima también te manda saludos, dice que desde que estabas en el catecismo se te notaba lo inquieta y que siempre supo que terminarías haciendo alguna locura...

Los saludos del clero entero se estaban volviendo cansados. Seguí explorando los alrededores con la mirada, mientras mi mente la magia de insertar algunos «ajá» y uno que otro «ah, ¿sí?» En partes de la conversación.

En el exterior de la tienda estaban pegados varios anuncios de bebidas energéticas y los carteles de tarifas que explicaban cuántos minutos ofrecía cada tarjeta telefónica. Cerca de mí, había un estante giratorio de metal que contenía tarjetas postales de varios puntos emblemáticos de la ciudad, como la Torre CN, Casa Loma y la Galería de Arte de Ontario. Entre ellas, había una de la Catedral de St. James, una iglesia con una hermosa fachada neogótica.

Si iba a ir a misa por deseo de mi mamá, lo haría bajo mis propios términos: aprovechando para apreciar una obra maestra de la arquitectura.

—Mamá...

—...y luego Renata le dijo que si no se calmaba, le iba a hacer lo que tú le hiciste a Camilo y se iba a mudar a Canadá por seis meses para que supiera lo que era estar sin ella.

Por un momento me arrepentí de no haber puesto atención al inicio de esa conversación. ¿Quería decir eso que mi hermana mayor me estaba tomando como ejemplo a seguir?

—Mamá... —Volví a intentar, pero ella seguía sumergida en su monólogo.

Miré el reloj, llevábamos más de diez minutos en el teléfono y mi cuerpo estaba comenzando a resentir esa clase de maltrato.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now