Vigésima sesión con el doctor Cantú

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Mauricio está consultando la bitácora de registro de visitantes que las enfermeras mantienen en el mostrador, cuando Berta regresa de una de sus rondas.

—Buenos días, doctor —dice la enfermera, a quien ya no le sorprende encontrar desilusión en la cara del doctor cada vez que revisa la bitácora—. Eva está en el jardín, dice que el día está demasiado bonito para pasarlo encerrada en su habitación.

—Buenos días, Berta —responde Mauricio, sin levantar la mirada, pasando las hojas con cuidado, con la esperanza de encontrar algún nombre nuevo. Cuando por fin se rinde con la bitácora, se acomoda los lentes y mira a la enfermera—. ¿Ya tiene menos dolor?

—El yeso de la pierna le está causando una comezón de esas sabrosas, pero el dolor de la última operación de la muñeca ya ha disminuido bastante —Berta toma asiento, abre su botella de soda y bebe un poco. Coloca la tapa de regreso y continúa—. Aunque, la verdad es que dudo mucho que sea eso lo que la tiene de un humor tan extraño.

Mauricio mira a la enfermera, preguntándole sin decir una palabra, a qué se refiere.

—Por fin comienza a hacer las preguntas que hace tiempo temíamos que hiciera.

—Entiendo —dice él, aclarándose la garganta—. Gracias.

Mauricio camina hacia el jardín del hospital. Desde la distancia puede distinguir a Eva, en su silla de ruedas, leyendo un libro bajo la sombra de una enorme ceiba.

Eva levanta la mirada y sonríe al verlo.

—¿Cómo te sientes? —Mauricio se sienta en la banca de concreto junto a la cual se encuentra la silla de ruedas.

—Mejor —Eva coloca un separador entre dos páginas del libro y lo cierra.

Mauricio alcanza a leer el título, que aunque está en inglés, traduce rápidamente: «Annie en mis pensamientos».

—Pero, a decir verdad, estoy un poco confundida —dice Eva.

El doctor no dice nada, levanta la mirada hacia el rostro de su paciente.

—Ya pasaron diez días desde la última operación —Eva levanta el brazo derecho, mostrando que ya no sufre tanto dolor—. Llevo aquí cuatro semanas y nadie quiere decirme por qué no me han dado de alta.

—Sabes por qué —responde el doctor.

—Sé que no puede mandarme a mi casa sin haber determinado si soy un peligro para el mundo, pero eso no explica por qué sigo en el área de ortopedia —dice Eva, con un tono mucho más tranquilo del que uno esperaría en una persona que está preguntando por qué no se le ha trasladado al área de psiquiatría—. Gustavo está sobornando a alguien, ¿verdad?

—No creo que tu hermano haya tenido necesidad de hacer nada por el estilo —Mauricio se encoge de hombros—. Al parecer es amigo cercano de uno de los miembros de la mesa directiva del hospital.

Eva hace una mueca y asiente —Ahora todo tiene sentido.

—¿Estás lista para continuar? —Mauricio intenta sonar casual.

—Sí, supongo que sí —dice ella, consciente de que el doctor no es la persona a quien tiene que reclamarle por los privilegios injustificados que está recibiendo—. El fin de semana estuve pensando que no le contaré a detalle sobre el tiempo que estuve con Hope, porque en realidad no hay mucho qué decir al respecto.

Mauricio frunce el ceño, ladea la cabeza, pero no dice nada.

—Le puedo resumir nuestra historia de amor en las siguientes palabras: durante los siguientes cuatro meses, Hope y yo pasamos juntas aproximadamente dieciséis de cada veinticuatro horas —continúa Eva—, nos divertíamos mucho y nuestros días parecían una luna de miel inagotable.

Mauricio permanece con la misma postura que instantes atrás.

—Aun así —continúa Eva—, ella considera que lo nuestro no fue una relación. Ella dice que solamente anduvimos; lo que sea que eso signifique. Así que mejor me saltaré al momento en que todo acabó, porque no quiero revivir el tiempo a su lado.

—Entiendo —Mauricio asiente.

—Lo que sí quiero dejar muy claro —Eva abre la mano izquierda y la sostiene en el aire—, es que no me arrepiento de nada. Cada minuto que pasé con ella valió la pena. Nunca me sentí más libre, más auténtica ni más feliz.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now