Epílogo

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La mañana del martes trece de julio, cuando Mauricio llega a la habitación de Eva, la encuentra en su silla de ruedas, mientras que la abuela Margarita está terminando de empacar sus cosas en una pequeña maleta de gimnasio y una mochila.

—Tú llévate ésta —Le dice la mujer a una joven, que Mauricio asume que es Sofía, entregándole la maleta de gimnasio—. Y yo me llevo ésta —La mujer se echa la mochila al hombro.

—¿Necesita ayuda con eso? —Se apresura él a acercarse.

—No, doctor, muchas gracias. Aquí todo está bajo control —responde la mujer, acercándose para estrechar su mano—. Gracias también por cuidar de mi nieta.

—Es mi trabajo —responde él.

—Voy a ir a ver si Gustavo ya está en el estacionamiento —dice la abuela, llevándose la mochila consigo—. ¿Pueden asegurarse de que mi nieta llegue viva hasta el auto? —pregunta, mirando primero al doctor y luego a la joven.

Ambos asienten.

—Doc, le presento a Sofía —dice Eva cuando su abuela se marcha—. Mi novia.

El doctor estrecha la mano de la joven, sonriendo.

—Mucho gusto, doctor Cantú, he escuchado mucho sobre usted en los últimos días —asegura Sofía—. Ahora si me disculpan, me voy detrás de la abuela porque esa mochila está bien pesada.

—Por supuesto —responde él—, yo me llevo a Eva.

Retira los seguros de la silla de ruedas para comenzar a empujar a Eva hacia el estacionamiento del hospital.

—¿Qué sigue ahora, Eva? —pregunta Mauricio.

—Primero, regresar en unos días a que me quiten el yeso y ver cómo me irá con la fisioterapia de la pierna —dice Eva.

—¿Y después?

—Inscribirme a la universidad pública, reponer las materias necesarias y acabar mi carrera —responde sin rastro de dudas o pereza ante la tarea titánica que le espera—. En lo que eso sucede, averiguaré si puedo volver a funcionar —Eva levanta la mano derecha, mostrándole su nivel de movilidad actual—. De lo contrario nuestra terapia semanal tendrá que abordar cómo lidiar con un cambio de carrera a mi edad.

—Un paso a la vez —dice Mauricio.

El auto de Gustavo no está lejos. La abuela Margarita pelea con él y con Sofía en la distancia, defendiendo su derecho a meter la maleta en la cajuela por sí misma. Gustavo insiste en ayudarla, pero ella no se lo permite.

Sofía da un par de pasos hacia atrás, busca a Eva con la mirada y se encoge de hombros. Eva sonríe, negando con la cabeza.

Gustavo por fin se rinde y decide dejar sola a la abuela, peleando con la maleta. Sofía se acerca nuevamente para intentar ayudarla. Gustavo camina rápidamente hacia donde se encuentran Eva y Mauricio.

—¿Lista? —pregunta Gustavo al acercarse.

Eva asiente —Nos vemos la próxima semana, doc.

—Nos vemos, Eva.

Gustavo empuja la silla de ruedas con sumo cuidado por la rampa de acceso, pero al llegar al nivel del piso, Juan se acerca rápidamente.

—Yo te ayudo, Gustavo —dice, cargando a Eva entre sus brazos—. ¿Pensabas irte sin despedirte? —Le pregunta, aún sosteniéndola.

Mauricio niega con la cabeza, sufriendo una especie de pena ajena, como cada vez que Juan hace un despliegue público de su musculatura.

—Por supuesto que no —responde Eva y le da un beso en la mejilla.

Juan sonríe y la acomoda en el asiento de atrás en un santiamén —Cuídate mucho, por favor.

—No te despidas, me vas a seguir viendo tres veces por semana por mucho tiempo —Eva alarga la «u»—. Cuando el ortopedista me quite el yeso tendremos muchísimo trabajo que hacer.

Juan asiente, pero es tan transparente, que Eva sabe a la perfección que su tristeza no es fingida.

—Cuídala mucho —Le dice Juan a Sofía con tanta familiaridad, que Mauricio solamente puede asumir que ya se conocían.

La abuela Margarita sube al asiento del copiloto y Sofía sube al asiento de atrás, junto a Eva.

Gustavo aprovecha para acercarse a Mauricio de nuevo —¿De verdad va a estar bien? —pregunta.

—Sí —responde Mauricio—. Eva es una persona fuerte, Gustavo; más o menos como tu abuela.

Gustavo asiente, complacido con la comparación —Gracias por toda su ayuda, doctor —Le dice, extendiendo la mano.

—No tienes nada que agradecer —Mauricio estrecha su mano—. Nos estamos viendo pronto.

Mientras Gustavo regresa a su auto, Juan sube los escalones, y se para al lado de Mauricio, cruzando los brazos.

—Otro excelente trabajo en equipo —dice, mientras ambos ven que Gustavo suba a su auto, lo ponga en marcha y se dirija con lentitud hacia la salida del estacionamiento del hospital.

—¿Crees que Eva recupere la movilidad completa de su mano derecha? —pregunta Mauricio.

—Es muy difícil saberlo a estas alturas, pero voy a hacer todo lo posible por ayudarla —responde Juan—. ¿Tienes más pacientes hoy?

—Dos —responde Mauricio—. ¿Y tú?

—Cuatro —dice Juan—. ¿Te veo en la casa? —pregunta, bajando el tono de su voz y volteando para asegurarse que nadie más puede escuchar su conversación.

—Sí —responde Mauricio—. No vayas a llegar muy tarde, hoy quiero ver un documental antes de dormir.

Ash —Juan mariposea los ojos—. Para eso no me necesitas, mejor comienza sin mí.

—Como quieras —Mauricio encoge los hombros—, pero no es sobre psiquiatría. Es sobre técnicas experimentales de rehabilitación física.

—Siempre sabes cómo reconquistarme cuando estás a punto de perderme —Juan sonríe mientras se aleja, negando con la cabeza.

Mauricio lo mira irse, suspira, se acomoda los lentes hasta arriba del tabique y se dirige a la habitación de su siguiente paciente.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now