Capítulo 10: La abuela Margarita

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A pesar de lo mal que habían terminado las cosas con Camilo, me tomó los siguientes dos meses superar el dolor de nuestra ruptura. Por fortuna, hacia finales de noviembre tenía una cantidad tan absurda de pendientes que resolver antes del viaje, que éstos mantuvieron mi mente bastante ocupada.

Para mediados de diciembre, la anticipación comenzó a carcomerme por dentro, y entonces ya no hubo cabida para Camilo en mis pensamientos.

Como seguramente ya sospechará, evité mencionarle el tema a mi familia; no era que mantuviera esperanzas de regresar con él, ni nada parecido, sino que quería ahorrarme el interrogatorio que una noticia así desataría.

Por suerte, nadie notó la ausencia de Camilo... aunque sabía a la perfección que mi buena fortuna se agotaría cuando llegara la cena de Navidad.

Déjeme contarle rápidamente sobre este Magno evento anual en la residencia De los Llanos: mis padres son los orgullosos anfitriones de la reunión más sagrada del clan completo; entre mis tíos, primos, abuelos paternos, la abuela materna, la esposa de mi hermano y los novios de mis hermanas, sumamos treinta y dos personas en total; treinta y tres, si tomamos en cuenta a mi sobrino, aunque apenas sea una persona en miniatura.

No le voy a negar que esa es la noche del año que siempre esperaba con mas ansias, pues a pesar del ruido y el caos, era la única fecha en la que toda persona que era de mi sangre, estaba reunida bajo un mismo techo.

De niña, era la noche en la que podía desvelarme jugando con mis primos; de adolescente, era la fecha en la que se nos permitía a todos, beber una copa de sidra durante el brindis; en los últimos años, era la fecha en la que Camilo era ese pedacito externo que yo aportaba a la fiesta, ese pedacito de mi vida que expandía un poquito a la familia.

Esa Navidad, fue la noche en la que veintitrés personas se acercaron a preguntarme, en momentos distintos, por él; cada uno a su modo, cada uno con una reacción diferente al escuchar mi respuesta; pero al fin y al cabo, el resultado era el mismo: un vacío en mi pecho, que crecía con cada incidencia de la pregunta.

Mi abuela Margarita, la mamá de mi mamá, fue la única que no tuvo que preguntarme nada. En algún momento de la noche, cuando ya me limitaba a deambular por el área de la alberca para evitar a quienes aún no me hubieran dado una dosis de: «y yo que hubiera jurado que te ibas a casar con él», mi abuela se paró a mi lado y apretó los labios, una mueca que bien pudo haber sido interpretada como una sonrisa o como un reproche.

—¿Cómo estás, abuela? ¿Te la estás pasando bien?

—Ay, hija, ya sabes que la Navidad no es lo mío. Pero la comida y las botanas están muy ricas, así que hago como que me divierto para que me sigan llenando el plato —Guiñó un ojo—, y también la copa.

La abuela Margarita es un caso especial, sin duda alguna la persona más relajada y divertida de mi familia. De joven fue una verdadera hippie, una rebelde que luchaba por más causas de las que podía llegar a ganar; una oveja negra en la sociedad tradicionalista yucateca.

La abuela Margarita fue un espíritu indomable hasta que don Antonio Navarrete, mi abuelo, apareció en el horizonte. No lo conocí, falleció muchos años antes de que yo naciera, pero las leyendas familiares cuentan que estaban hechos el uno para el otro. Mis tíos dicen que mi abuelo fue un gran emprendedor, un visionario... un loco a ojos de todo aquel que lo conoció; y mi abuela fue la mujer que nunca quiso ponerle los pies en la tierra.

Además, la abuela Margarita era agnóstica. Se había visto obligada a casarse por la iglesia para complacer a su familia y a la de mi abuelo, pero ella siempre había dejado en claro su nulo respeto por la religión. Por supuesto, era a ella a quien mis papás culpaban por mis desplantes irreverentes, mientras que yo me pasaba la vida preguntándome cómo había sido que mi mamá y mis tías habían resultado tan religiosas, tradicionalistas y cuadradas, habiendo tenido una mamá como ella.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now