Capítulo 8: En territorio enemigo

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Al finalizar la misa, vino el intercambio obligado que tomaba lugar cada domingo en la explanada de la iglesia: los papás de Camilo se acercaron a los míos y comenzaron a hablar de banalidades que no me interesaban.

Camilo fingió poner atención por unos minutos, pero luego, y de la manera más discreta que pudo concebir, se acercó a mí.

—¿Podemos hablar?

No respondí, pero comencé a caminar hacia donde me estaba llevando. Volteé hacia Ana, disculpándome con la mirada por dejarla a merced de esas dos parejas.

—¿Sigues enojada conmigo? —Camilo no me miró.

—Un poco —Si él no iba a mirarme, no tenía razón para estar mirándolo a él. Quien tenía que estar en papel de digna, era yo.

—No quiero que estemos peleados.

—No lo estamos —regresé la mirada hacia donde estaban los demás—. Estoy enojada contigo y punto.

Ana mientras tanto, se había retirado algunos pasos para brindar una cierta sensación de privacidad a los dos matrimonios.

Yo podía imaginar a la perfección las líneas que esa conversación debía estar explorando: mi decisión, lo miserable que eso hacía a Camilo, la insensibilidad que debía estar reinando en mi corazón para querer irme tan lejos de mi tierra, mi familia y mi novio.

—¿Está bien si te llamo mañana? —Camilo me regresó a nuestra conversación abruptamente.

—Sí —quise pensar en algo más para decirle, pero mi mente estaba muy lejos de ahí.

Ninguno de los dos supo qué hacer con el silencio incómodo que vino después. Camilo metió ambas manos en los bolsillos de su pantalón, bajó la cabeza y comenzó a oscilar de izquierda a derecha, como un ventilador.

—Ya tengo que irme —dije, ante la ridiculez de la situación—. Tengo unos pendientes que atender con Ana.

Me apresuré a regresar a donde estaban los adultos. No quería darles más tiempo para criticar mis decisiones grupalmente; eso y la Santa Inquisición, eran lo mismo.

El cambio de tema a mi llegada fue evidente. Algunas formalidades después, mis papás se despidieron.

—¿Te llevo? —preguntó Ana, antes de que alcanzáramos a llegar al auto de mi papá.

—Sí, gracias.

Mi papá me dirigió una mirada asesina al escuchar que me iría con ella, pero después de lo que acababa de suceder, no estaba de humor para ser complaciente con nadie; respondí a sus ojos de furia con unos que seguramente se veían idénticos.

Sin decir palabra, seguí a mi amiga hacia su auto.

Una vez que estuvimos lo suficientemente lejos de mi familia, comencé a interrogarla.

—¿Qué tanto dijeron de mí?

—Ah, ya sabes —contestó ella con cierto fastidio—: que te vas, que Camilito está destrozado, que por qué te quieres ir tan lejos.

—¡Lo sabía!

—Escucha —Ella me miró antes de encender el auto—, no tengo problema con hacerla de espía de vez en cuando, pero esa no es la razón de que haya ofrecido llevarte a tu casa.

—Lo sé.

—Necesito saber que estamos bien —dijo.

—¡Claro que estamos bien! —Respondí, con más alegría de la que sospechaba llevar en mi interior.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now