Capítulo 18: Circunferencia en el gaydar

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Con la llegada de marzo, el clima mejoró notablemente: la luz del sol duraba más horas, la nieve se había derretido casi en su totalidad y la temperatura estaba subiendo rápidamente.

Para entonces, Hope se había encargado de mostrarnos gran parte de la ciudad, permitiéndonos navegarla con extrema confianza. Gracias a ella, también habíamos aprendido la jerga canadiense y podíamos expresarnos casi como los locales: llamando Loonie y Toonie, a las monedas de uno y dos dólares respectivamente; Timmies a la cadena de café Tim Hortons y Mickey Dee's al McDonalds; pidiendo Pop cuando queríamos un refresco embotellado; y llamándole Canucks a los canadienses, entre muchas otras cosas.

En general, los días eran mucho más llevaderos que al principio y yo comenzaba a sentirme bastante cómoda en aquella tierra tan lejana a mi hogar.

Una tarde en la que Hope se había ido al trabajo y Alex tuvo que marcharse a casa después de clases para ayudar a su casera a mover un refrigerador que se había descompuesto, Sebastián y yo nos quedamos solos y decidimos ir juntos al museo ROM.

Mientras paseábamos por la galería de Arquitectura China, me animé a preguntarle algo que me venía rondando la mente desde el día que habíamos ido al cine por primera vez.

—Sebas, ¿puedo hacerte una pregunta extremadamente personal?

—Claro, mi reina, lo que quieras: soy un libro abierto.

—¿Cómo fue tu salida del clóset?

—Nunca tuve que salir porque nunca estuve dentro —Se rió, como si la noción fuese ridícula.

No respondí. Estaba demasiado ocupada intentando entender que significaba eso. Después de un momento, logré formular mi siguiente pregunta:

—¿Uno siempre sabe cuando es gay? ¿No es un proceso de descubrimiento?

—Cada persona es distinta, cariño —Se encogió de hombros—. Hay quienes se dan cuenta en la niñez, otros en la adolescencia y hay quienes llegan a adultos antes de descubrir su orientación sexual. Para mí fue muy evidente desde una edad muy temprana, y simplemente lo dejé fluir.

—¿Tuviste problemas con tus padres?

—No —respondió, mirando dentro de las vitrinas—. Por fortuna mis padres tienen amigos de orientación diversa y no tienen prejuicios.

Asentí, pensando en mi familia, imaginando qué hubiera pasado si Gustavo hubiera llevado un novio en lugar de a Mildred a casa de mis padres.

—¿Por qué tanta curiosidad? —preguntó Sebastián, sonriendo con picardía.

—Porque conviviendo contigo y con Hope me he dado cuenta de que soy una ignorante sobre diversidad y quiero entender más —respondí.

—Entonces el día que quieras te llevo a la calle Church para que te empapes un poco del tema —dijo, riéndose.

La calle Church era una que conocía solamente de fama gracias a las historias que Sebastián compartía conmigo sobre sus aventuras de fin de semana. Popularmente conocida como La villa, era el sector de la ciudad en el que se concentraba la mayor cantidad de bares, clubes, restaurantes, tiendas y viviendas de la comunidad LGBT. La villa era el equivalente del Distrito Castro en San Francisco.

—¿Y no será que este repentino interés se debe a que sientes algo por Hope? —preguntó Sebastián, de la nada, volviendo a sonreír del modo que lo había hecho momentos atrás.

No respondí, pero pude sentir que mis ojos se habían abierto como dos enormes platos.

—¿Por qué lo dices? —pregunté, nerviosa, cuando por fin encontré mi voz.

—No lo sé —hizo una mueca—, quizás fue el modo en que la abordaste a la primera oportunidad... o la forma en que te acercas a ella cuando platican; o el modo, nada sutil, por cierto, en que buscas constante contacto físico con ella.

Nada sutil. Y aún así ella se daba el lujo de no darse cuenta. Suspiré.

—Aunque, si te soy completamente honesto —continuó mi amigo—, mi gaydar se activó contigo desde nuestra primera conversación. Ese día hubiera jurado que eras lesbiana; luego, cuando nos hablaste de Camilo, pensé que eras bi, aunque con el paso de las semanas me conformé con pensar que eres heterocuriosa.

—¿Tu gaydar? —pregunté, fingiendo no enterarme de todo lo demás que había dicho.

—Mi radar de detección de otros homosexuales, mi reina —Mariposeó los ojos, fastidiado de tener que explicar conceptos que ya deberían haber pasado a ser parte de la jerga popular hacía años.

—Entonces, ¿aparecí como un punto en tu radar desde el día en que me conociste?

—Más bien como una circunferencia, cariño —Sebastián dibujó un círculo en el aire.

—¿Es mi ropa? ¿Mi cabello? ¿Mis zapatos?

Abrí los brazos y contemplé mi vestimenta: llevaba unos Vans blancos, jeans ceñidos al cuerpo, una camiseta blanca de cuello redondo con estampado del rostro de David Bowie en su personaje de Aladdin Sane; no estaba maquillada, mi cabello estaba suelto y sobre él llevaba un gorro de invierno unisex.

—Es difícil de explicar —Sebastián abrió las manos con las palmas mirando hacia el cielo—. El gaydar no te da una copia impresa con estadísticas en las que especifique las características de la persona identificada —Hizo una mueca—. Es más bien una ciencia inexacta.

Me quedé callada nuevamente.

—Ahora soy yo quien va a hacerte una pregunta extremadamente personal —advirtió, y al verme asentir, continuó—. ¿Te gusta Hope?

—Sinceramente no lo sé —respondí—. Me gusta estar en su presencia y cuando me doy cuenta de lo mucho que lo disfruto, me asusto.

—Entonces ten cuidado con lo que haces —dijo, con un tono serio pero no severo—. Si no sabes lo que quieres, no comiences algo que no puedes sostener, toma en cuenta que no eres la única que podría salir lastimada.

Asentí sin decir nada. Sebastián tenía razón, yo quería la atención de Hope, pero no tenía idea de lo que haría con ella si llegaba a obtenerla.

En los siguientes días, no pude sacarme esa conversación de la cabeza, ni tampoco a Hope.

••●••

Eva suspira, quedándose callada repentinamente.

Mauricio reconoce esa como la señal que da pie a su retirada.

—¿Continuamos luego? —pregunta, bastante seguro de cuál será la respuesta.

Eva asiente.

—¿Puede ayudarme a bajar de la cama, doc?

Mauricio se acerca y coloca su brazo por debajo del brazo izquierdo de su paciente para así cargar parte de su peso y evitar que ella ponga presión en la pierna enyesada. La conduce hacia la silla y le ayuda, torpemente, a sentarse.

—Gracias —dice ella, cargando su pierna con ambas manos para apoyarla sobre uno de los tubos metálicos de la cama—. Me hacía mucha falta cambiar de posición.

—¿Necesitas algo más? —Mauricio no está muy seguro que dejarla sola en esa posición tan incómoda sea una buena idea.

—No doc, ya pronto viene mi fisioterapeuta.

—Nos vemos mañana —contesta él, retirándose con paso lento, para dar oportunidad a que el fisioterapeuta haga su aparición.

Cuando se le acaba la habitación, ya no tiene más pretexto parajustificar su permanencia, entonces cierra la puerta detrás de sí y se marcha.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora