Capítulo 33: Flores en el suelo que tocan sus pies

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El octavo semestre de mi carrera comenzó la segunda semana de enero. Regresar a la escuela fue tan agradable como caminar descalzo sobre clavos regados entre carbón hirviente.

La escuela me pareció, por primera vez, un lugar carente de corazón, un templo gris sin alma; y en medio de tantas caras familiares, me sentí mas sola que nunca.

Fue entonces que logré comprender y apreciar lo que Sebastián y Alex habían hecho por mí en Toronto. No supe si reír o llorar al entender que estaba teniendo un choque cultural con mi propia gente; que me sentía más foránea estando entre los míos, que siendo parte de un cóctel cultural.

Las primeras horas caminé por los pasillos del campus con temor de encontrarme a Camilo, pero cuando por fin sucedió, logré sacudírmelo rápidamente, haciendo uso de mis peores artimañas: comencé diciéndole que necesitaba unos días para aclarar mi mente antes de discutir los temas que se habían quedado al aire entre nosotros.

Él insistió en que teníamos que hablar, que era importante y que yo tenía que darle la prioridad pertinente a nuestra relación. Sintiéndome acorralada, decidí atacar desde otro ángulo, recordándole que había sido él quien le había quitado la prioridad pertinente a nuestra relación.

Apelar a su sentido de culpa era la forma más fácil de manipularlo, a pesar de que el efecto fuese retardado. Por regla general, su orgullo le hacía ponerse necio, enojarse y armar un escándalo, pero después de algunas horas de estar solo, comenzaba a darle vueltas al asunto, hasta que se convencía de que yo tenía la razón. Entonces regresaba a mí pidiendo disculpas por cosas que, en ocasiones, ni siquiera había hecho.

No era un truco del que me sintiera orgullosa, se lo aseguro; y si de algo sirve para defender el poco honor que me queda, créame que es algo que usé muy contadas veces en los años que pasamos juntos.

Esa vez no fue la excepción. Se enojó, levantó la voz y se marchó refunfuñando. Eso me compraba, por lo menos, tres días en los que no tendría que preocuparme por él. Era un golpe muy bajo, pero no sabía qué más hacer. Ahora sé que tenía otras opciones, entre las cuales, ninguna implicaba necesariamente decirle la verdad.

Más tarde me encontré a Ana en uno de los pasillos. Estaba muy lejos, pero en cuanto me distinguió, corrió hacia mí y me abrazó, haciendo un escándalo en el proceso. Yo intenté imitar su alegría, pero ella vio a través de mi máscara en cuestión de segundos.

—¿Qué tienes? —preguntó, agachándose un poco para buscar mi mirada cuando bajé la cabeza.

—Nada —respondí, alejándome de su mirada, pero Ana no me dejó escapar.

—Es en serio —Colocó su mano en mi hombro, obligándome a permanecer quieta—. Dime qué pasa. Parece que traes el mundo a cuestas.

Miré a nuestro alrededor, había demasiadas personas caminando en ambas direcciones del pasillo. Ana se percató de lo mismo.

—Ven —Me empujó por la espalda baja, con la firmeza suficiente para obligarme a caminar con ella.

Me condujo al patio que se encontraba detrás del edificio de ingeniería; un jardín enorme, cuidadosamente diseñado con bellísimas flores, setos medianos y otras plantas ornamentales de colores brillantes, pero escasos árboles. Era un lugar hermoso que nadie transitaba debido a la ausencia casi absoluta de sombra.

Ana y yo tomamos el angosto pasillo empedrado que serpenteaba en medio del pasto, y nos detuvimos al llegar a una banca de madera con estructura metálica, de esas especialmente diseñadas para soportar las inclemencias del exterior. La banca había sido estratégicamente colocada en una de las pocas áreas que recibían sobra de un árbol.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now