Visita de Camilo

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La mañana del lunes, Camilo logra burlar la vigilancia que Gustavo ha dejado a cargo de los enfermeros y los guardias de seguridad de la clínica.

Notando la mirada insistente de la enfermera que se encuentra detrás del mostrador, Camilo decide subir las escaleras hacia el segundo piso, se apresura hacia el extremo norte del pasillo, baja las escaleras y regresa varios metros hasta dar con la habitación de Eva.

Antes de abrir la puerta, se detiene, se dibuja una cruz sobre el pecho con la mano derecha.

Cuando entra a la habitación, encuentra a Eva haciendo ejercicios de escritura con la mano izquierda. El pecho se le cierra.

Eva levanta la mirada. El corazón de Camilo se acelera, temiendo que la furia de Eva se desate sobre él, pero decidido a pagar las consecuencias de sus errores.

Eva sonríe, mirándolo con una ternura que él encuentra inconcebible. Él está llorando, lo sabe porque le arden los ojos y sus mejillas están húmedas, pero no está consciente de estarlo haciendo.

En un arrebato de emoción, Camilo corre hacia ella y la toma entre sus brazos; ella lo rodea inmediatamente con su brazo sano, y luego con mucho cuidado, con el derecho. Camilo se sienta a orillas de la cama, con el rostro en el pecho de Eva y llora escandalosamente.

—Lo siento mucho, lo siento mucho, lo siento mucho —repite un millón de veces y cada una de ellas tiene peso; cada una de ellas es importante y tiene que ser pronunciada en voz alta.

Eva le acaricia el cabello con la mano izquierda.

—Lo sé —dice Eva—. Shhh. Lo sé, Camilo.

Después de largos minutos de llanto incontrolable, Camilo se aparta de ella, levanta el rostro y con mucho cuidado, la mira: primero su pierna enyesada, luego su muñeca derecha, su torso, y finalmente las cicatrices de su rostro y cráneo. Entonces se anima a mirarla a los ojos; no encuentra un rastro de rencor en ellos.

Camilo quiere hablar, quiere explicarle, decirle que nunca fue su intención que las cosas acabaran así, que le duele mucho verla de ese modo. Camilo quiere decirle que se arrepiente del modo en que reaccionó cuando la encontró con Sofía; que se arrepiente de haberle dicho a la universidad entera y en especial, de haberle dicho a los padres de Eva, lo que había visto. Pero las palabras no salen, se esconden.

Tanto tiempo ensayando lo que le diría y ahora no tiene fuerzas para pronunciar una oración completa.

Comienza y se detiene. Comienza de nuevo, se atraganta con su propio llanto y se detiene otra vez.

«Lo siento», es lo único que atina a decir en cada intento.

Eva toma su mano y sonríe.

«Es tan bonita cuando sonríe», piensa él, «aunque esté llena de cicatrices».

—No es tu culpa, Camilo —dice Eva.

Él comienza a llorar una vez más, baja la cara, no puede seguir mirándola a los ojos mientras ella dice esas palabras. Él sabe muy bien que es culpa. Que su dolor se llevó lo mejor de sí mismo; que en su intento de retenerla a toda costa, le condujo a comportarse como un niño, a no medir las consecuencias de sus actos.

—Necesito que lo entiendas —Eva continúa—. Esto lo hice yo. Robarme el Jaguar de mi papá fue mi idea, nadie me obligó ni me orilló a hacerlo; el resto fue un accidente. Nada de esto es culpa o responsabilidad tuya.

—Jamás debí contarles —intenta decir él, porque por lo menos tiene que intentarlo, pero el llanto le impide continuar.

—Tú no sabías lo que derivaría de eso. Yo sé que jamás tuviste intenciones de lastimarme.

Camilo se obliga a levantar la cara.

—Sé que tus intenciones eran buenas —continúa ella—, independientemente de los resultados desastrosos, tú querías ayudarme, salvarme. Ahora lo sé.

—Te juro por lo más sagrado que tengo, que así fue —dice él, logrando controlar el temblor en su voz por un momento.

—Lo sé —asegura ella. En sus ojos, solamente hay sinceridad.

Camilo se pregunta en silencio cómo es posible que Eva no lo culpe, cuando los demás lo hacen: sus amigos, su familia, incluso él mismo.

—Lamento haberte mentido —continúa Eva—. Tú esperabas más de mí y yo no tuve las agallas de hablarte con la verdad.

—Creo que te demostré con mis actos que no merecía la verdad, Eva. No estaba preparado para aceptarla.

—¿Y ahora? ¿Estás preparado para la verdad?

Camilo siente que su frente se arruga. Asiente.

—Nunca fue mi intención jugar con tus sentimientos —dice Eva—. Tampoco lastimarte; pero la realidad es que nunca pude amarte del modo que lo merecías —Ella hace una pausa para tomar aire—. No puedo explicarte lo que siento por Sofía, Camilo. Quizás es lo que sientes por mí... pero nunca fue lo que sentí por ti.

Camilo baja la mirada una vez más.

—Lo lamento mucho —dice Eva.

Camilo asiente, se acerca y le da un beso en la única parte de su frente en la que no tiene cicatrices. Se pone de pie, la contempla en silencio y se prepara mentalmente para irse y dejarla ir.

Eva sonríe nuevamente.

«Ahora estamos en paz», piensa él, y entonces se marcha.

Cuando Camilo abre la puerta para salir de la habitación, se topa de frente con un hombre de más o menos la misma estatura que él, de lentes y bata blanca. Es un hombre delgado, con toda la pinta de un ratón de biblioteca que probablemente teme cualquier clase de confrontación, pero su actitud le dice claramente que viene con intenciones de proteger a Eva.

Camilo le sonríe —Buenos días, doctor —Le dice, intentando comunicarle que está ahí en son de paz.

—Buenos días —responde el doctor, ajustando su actitud.

Camilo continúa su retirada. Mientras se aleja, escucha al doctor saludar a Eva.

—¿Estás bien?

—Sí, doc —responde ella.

La mente de Camilo se despeja por primera vez desde el accidente de Eva; su alma se aligera y su corazón late, por fin, con un poco de alegría... y un destello de esperanza de que el futuro podría traer cosas buenas.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now