Capítulo 38: Un té de tila con la abuela

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La noche que pasé en casa de Gustavo me pareció interminable. Durante la madrugada, intercambié mensajes de texto con Sofía y con Ana, contándoles a grandes rasgos lo sucedido.

Apenas salió el sol, me puse de pie, me di un baño y me alisté para marcharme de ahí lo antes posible. Ahora que era indigente, tendría que hacer una peregrinación a casa de la abuela Margarita en busca de posada.

Eran apenas las siete de la mañana pero ya había movimiento en la casa. Me dirigí al comedor para encontrar a Mildred sirviéndole el desayuno a mi hermano y a mi sobrino.

—Siéntate, Eva —dijo ella, con amabilidad—. Te sirvo.

—No es necesario —respondí, con la intención de no causarles más molestias—. Ya estoy por irme.

—Preparé suficiente —insistió ella.

Gustavo me miró con unos ojos que claramente decían: «siéntate; no le hagas una grosería a mi esposa».

Me senté a la derecha de la cabeza de la mesa, frente al asiento que Mildred iba a ocupar cuando terminase de servir. Mi sobrino estaba en una silla para bebé situada entre sus papás.

—Hola, tía —dijo el diminuto clon de mi hermano, con esa voz tierna que tienen los niños de poco mas de dos años.

—Hola, Gus, buenos días —Le sonreí y cuando me devolvió la sonrisa, por el más breve de los instantes, olvidé el lío en el que estaba metida.

Mildred se sentó, cerró los ojos y esperó a que Gustavo comenzara a dar las gracias. La escena me pareció una repetición idéntica del modo en que se hacían las cosas en casa de mis papás; entonces me pregunté cómo era posible que la copia al carbón de mi progenitor hubiera resultado tan distinto a él en los fundamentos de su idiosincrasia.

—¿Cuál es tu plan? —preguntó mi hermano sin darle vueltas innecesarias al asunto, cuando comenzamos a desayunar.

No respondí, solamente arrugué el entrecejo.

—Supongo que si tienes prisa por irte es porque ya tienes un plan —aseguró, sosteniendo su bocado en la punta de su tenedor, agitándolo en el aire cuando movía las manos.

—Voy a ir por mis cosas y de ahí a casa de la abuela.

—Si esperas a que regrese del trabajo, puedo llevarte.

—No te preocupes, para cuando regreses ya no estaré aquí.

—Nadie te está corriendo —intervino Mildred, con una voz serena.

—Lo sé y les agradezco sus atenciones —La miré y encontré más fácil sincerarme con ella que con mi hermano—, pero necesito aprovechar que mi papá no está. Si espero hasta la noche, mi papá también habrá regresado del trabajo y no estoy lista para otro round con él.

Ella asintió y bajó la mirada hacia su plato. Me resultó natural que no quisiera tomar parte en una conversación en la que sus suegros eran la razón de la polarización.

El resto del desayuno se nos fue en silencio.

Antes de irse al trabajo, mi hermano se despidió de su hijo y esposa cariñosamente y luego de mí. Por un instante sentí que nunca volvería a verlo. Ahora sé que me sentí así porque Gustavo nunca antes me había abrazado.

Luego se marchó.

—Eva —dijo Mildred colocando su mano sobre mi hombro—. Gustavo te quiere incondicionalmente. Pase lo que pase, en esta casa siempre serás bienvenida.

—Gracias —respondí y me fue imposible sostener su mirada—, pero ya les ocasioné suficientes problemas. No quiero que mis papás compren pleito con ustedes por ayudarme.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora