Capítulo 44: La venganza del padre

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Iracunda, al grado de haber sospechado que quizás me brotaba espuma por la boca, entré al edificio en el que se encontraba el despacho de mi papá. Irrumpí en su oficina del mismo modo, sin esperar a que su secretaria me anunciase.

Abrí la puerta violentamente, pero él no se sobresaltó; levantó la cara lentamente y pude ver satisfacción en su mirada.

Eso me confirmó dos cosas: la primera, era que mis sospechas no habían estado equivocadas, ésta había sido su idea; la segunda, era que la gente entraba de este modo a su oficina con bastante frecuencia.

—¿A esto recurres con tal de enseñarme una lección? —No había necesidad de darle el beneficio de la duda.

—Es muy simple —Dejó su bolígrafo sobre su agenda, la cerró y la colocó a un costado—. Tu preocupación por tu desempeño académico te estaba distrayendo de lo realmente importante, así que decidí quitarte esos obstáculos para que puedas ver la realidad —Su rostro se tornó casi malévolo.

Solo le hacía falta una sombra que le cubriera parte del rostro y una tenebrosa música de fondo, y entonces hubiera logrado la interpretación perfecta de cualquier villano de Disney.

—Primero me dejas sin casa y ahora me haces perder el semestre —reclamé—. ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar con tal de lastimarme?

—¿Estás tan ciega en tu pecado que piensas que quiero lastimarte? —Se burló, pero su risa irónica no lo hacía menos aterrador—. ¡Estoy intentando salvarte! —En un instante, se enfureció—. ¿Crees que estás sufriendo ahora? ¡Esto no es nada, comparado a lo que te espera entre las llamas eternas del infierno! ¿Por qué no puedes ver la realidad? Estás en las garras de Satán.

—Tú y el padre Molina viven en una fantasía —reclamé—; una caja de cristal que no pueden ver, tocar, oler, oír o degustar. Siguen reglas impuestas por un supuesto ser supremo que no ha sido otra cosa que un patrón ausente durante los dos milenios que llevan adorándolo.

—¡Cállate! —Se puso de pie, violentamente. Ahí estaba nuevamente esa pose de dragón nórdico.

—Tu dios es tan mítico como cualquiera de los que existieron antes que él —Le dije—, y tu ferviente creencia en él no puede materializarlo, porque no es otra cosa que una quimera...

—¡Deja de blasfemar! —Mi papá azotó su palma sobre la madera maciza de su escritorio. Todo su peso estaba sobre su mano y él se veía imponente como un gorila.

—...un delirio colectivo —Continué, por primera vez, sin miedo.

A esas alturas mi papá me había despojado de las únicas cosas que valoraba en la vida: mi familia y mis estudios. Ya no tenía nada que perder; y quien no tiene nada que perder, no tiene nada que temer.

Por primera vez vi con claridad que su mirada furiosa y su pose amenazadora eran solamente una fachada que intentaba proteger lo que en realidad había detrás: una estructura sin cimientos, tambaleante, que se caería con la cantidad adecuada de resoplidos.

—Tu dios no puede castigarme porque no existe.

Nos miramos en silencio. Su respiración, cada vez más agitada; la mía, perfectamente serena.

—¡Me das asco! —dijo, finalmente. La expresión en su rostro ilustraba a la perfección su sentir—. Nunca has sido motivo de orgullo para tu familia. Nunca has hecho nada que me haga sentir feliz de haberte dado la vida; pero ahora que te has dedicado a arrastrar mi apellido por la mierda, maldigo más que nunca el día en que fuiste concebida. Ojalá tuviera una puta por hija, eso sería mejor que una sucia lesbiana; una persona torcida, enferma de la cabeza y del alma —Su rostro estaba tan rojo y sus venas tan saltadas, que por un momento pensé que sufriría una embolia.

Sólo a ella | #PGP2024Where stories live. Discover now