Decimosexta sesión con el doctor Cantú

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Mauricio se acerca al mostrador detrás del cual se sientan las enfermeras de turno cuando no están atendiendo a los pacientes.

—¿Alguna novedad?

—Sí, doctor —responde Javiera, emocionada—. Berta me contó, cuando hicimos el cambio de turno, que ayer antes de acabarse el horario de visitas, vino una señora a ver a la señorita Eva. Me dijo también que por nada del mundo se me fuera a olvidar informarle de esto, porque usted ha estado muy pendiente de las visitas de la señorita Eva.

Mauricio comienza a hojear la bitácora de registro para encontrar rápidamente el nombre Margarita Gutiérrez y lo reconoce como el nombre de la abuela de Eva. Él siente un alivio tremendo, que al instante le ocasiona una cierta culpabilidad. Él sabe a la perfección que no debe permitirse ninguna clase de empatía más allá de la absolutamente necesaria para poder tratar a su paciente. Se cuestiona entonces por qué siente tanto apego hacia Eva. Por qué le preocupan sobremanera su recuperación y su bienestar.

Sacude la cabeza y decide no ahondar demasiado en esas cosas, ya podrá tratarlas, de considerarlo prudente, con su propio terapeuta.

—Muchas gracias por mantenerme al tanto, Javiera.

La joven enfermera sonríe, satisfecha consigo misma.

Mauricio entra a la habitación de Eva, para encontrarla con mejores ánimos que nunca.

—¿Cómo estás? —pregunta.

—Muy contenta, la abuela Margarita vino a visitarme.

—¿Puedo preguntar por qué se había tardado tanto?

—Mi abuela me quiere con todo el corazón —Le asegura su paciente—, pero detesta los hospitales —Eva suspira—. Desde la muerte de mi tío, es casi imposible lograr que ponga un pie en uno. Aquí entre nos, doc, no esperé que viniera en todo el tiempo que yo tuviera que estar aquí.

Él toma asiento, cruza las piernas y prepara su bloc y su bolígrafo.

Sólo a ella | #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora