🩸 Introducción 🩸

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Los gritos la ensordecían, todo pasaba rápido

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Los gritos la ensordecían, todo pasaba rápido... tan rápido. También había oscuridad, mucho de eso en realidad. Alrededor todo parecía ser solo sombras, pero esas sombras tenían nombre. Y estaban muriendo.

Le dijeron que había nacido para eso, que era como las cosas tenían que ser. Pero ella estaba allí, con las manos cubiertas de sangre ajena, sosteniendo a duras penas aquella daga que formaba parte de su regalo de cumpleaños.

Su cumpleaños.

¿Cómo era posible que tanta desgracia y muerte hubiera empezado la noche de una celebración? Tampoco conseguía entenderlo, pero una cosa sí tenía clara: Quedarse quieta podía costarle la vida. Y tal vez, a esas alturas, la muerte era el mejor regalo que podían darle. Sin duda un acto de piedad, si lo comparaba con la responsabilidad que pusieron en sus manos cuando cumplió los dieciocho.

No había pasado mucho desde entonces, ¿verdad? Porque ella lo sentía todo tan lejano que no podía distinguir el tiempo. Como si del último instante de su vida se tratara, todo volvió a su mente en un instante.

Los rostros alegres, pero mostrando sonrisas que ocultaban algo. Las risas y las felicitaciones, y eso que pretendieron esconder, lo que en ese momento no quiso ver. En el momento final de su vida pudo darle un nombre a lo que gritaban sus miradas: Era piedad. Porque la menor de las crías se iba a convertir en uno de ellos.

Tampoco fueron miradas de depredador. Se trataba de miradas de cazadores, esos que no esperan en las sombras, sino que van a buscar al peligro para hacerle frente y liquidarlo. Por piedad, por amor, por protección. O solo porque sí. Había mucho de eso también, lo aprendió a la fuerza.

En apenas un abrir y cerrar de ojos fue como si volviera a ver la caja de madera tallada a mano. El terciopelo por dentro, el brillo de la daga. La misma que llevaba en las manos cubiertas de un rojo carmesí. Las pócimas, los venenos, el libro de hechizos de protección, las trampas. La pistola y las balas.

"¿Es un chiste?", le preguntó disgustada a su padre aquella vez.

Él prometió explicarle. Lo hizo a medias. Cuando se dio cuenta la habían lanzado a los monstruos sin enseñarle a matar.

Y ahí estaba. Esperando la muerte, esperando que le destrozaran el cuello con una mordida. La daga escapó de sus manos, el choque del metal contra el pavimento le pareció una agonía.

Cerró los ojos. Tal vez nació para ser cazadora, pero era humana después de todo. Y los humanos estaba ahí para morir.

Frontera de cazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora