15. Momentos de debilidad

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La odiaba

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La odiaba. Odiaba todo de ella. Su seguridad, su mirada de cazadora. No era como los otros que había conocido. Era como los de antaño, los primeros. Los que le arrebataron a quienes amó, los que siempre serían sus enemigos. Odiaba que no la hubiera matado, porque la piedad que le regaló le pareció más humillante.

Si, odiaba a Arabella Bautista con todas sus fuerzas. Pero, sobre todo, se odiaba a sí misma por ser tan débil y estúpida. ¿Por qué tuvo que apiadarse de Danielle? ¿Por qué escuchó sus ruegos? ¡Estúpida, estúpida, estúpida! Tendría en ese momento la cabeza de Arabella en sus pies. Incluso tendría a Danielle a su lado, así le hubiera quedado claro que nadie se la iba a quitar porque nunca la dejaría ir.

Pero allí estaba, soportando el dolor, maldiciendo, lamentándose por su estupidez. Ya no podían quedarse en el apartamento para ellos, Diego lo sabía. Pronto llegarían los curiosos, hasta en un barrio como ese aparecía la policía. No para ayudar, por supuesto, sino como los carroñeros que eran para sacar algún provecho. Así que él la cargó, y buscaron otro apartamento vacío en ese edificio. Él demoró en abrir la puerta, pero al fin estaba solos y a salvo por el momento.

—Dime qué puedo hacer para ayudarte —le pidió.

—Necesito...respirar —se esforzó en decir, pues incluso hablar le causaba dolor.

—Entonces hay que sacarte esas balas, pero... —Iba a decir algo más, pero la puerta se abrió. Poco después se asomó José Alonso, y hasta se alegró de verlo. Pensó que las Bautista lo encontraron primero.

—Mierda, sí que estuvo violenta la cosa —dijo este mientras se acerca a ellos—. Vi las camionetas, actuaron muy rápido. Intenté llamarte, Aliz, pero nunca escuchaste el celular. ¿Qué demonios pasó?

—Le dispararon, no eran simples balas —explicó Diego—. No deja de sangrar, le causa mucho dolor, y ahora ni respirar puede. Eran las primas de Danielle, las Bautista.

—Con un demonio, te dije que le compraras ese condenado iphone color celeste baby shower, se hubiera quedado tranquila y no nos habría jodido. Pero no, el señor regateador con sus amigos los choros del barrio tuvo que comprar un puto Xiomi que ni de alta gama era...

—¡Putamadre, Alonso! Deja de hablar estupideces y ven aquí a sacarle las balas. 

—Solo... solo háganlo de una vez... —pidió Aliz, antes de volver a tomar aire. 

La cargaron hasta una mesa algo precaria, cubierta de polvo. La pusieron de espaldas, y empezaron a discutir entre ellos sobre como hacerlo. Con un cuchillo, o con unas pinzas. O tal vez...

—¡Con tus malditas uñas, Alonso! ¡Ahh...! —gritó ella, ya harta, enojada, y casi agonizando de dolor. No debió gritar, de pronto todo se le nubló, y pensó que iba a desmayarse. Ni siquiera sabía que las vampiras como ellas podían desmayarse.

Frontera de cazaWhere stories live. Discover now