5. En aprietos

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Empujó la puerta, y acabó rompiendo parte de ella

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Empujó la puerta, y acabó rompiendo parte de ella. La azotó con fuerza tras ellos, y el resultado fue peor. Diego se puso de pie de un brinco, todo el ruido y la rapidez del suceso lo cogió de sorpresa. La miró a ella, luego a él, y abrió la boca para soltar la primera estupidez que se le ocurrió.

—¿No se murió? —Aliz bufó con fastidio y, solo por eso, acabó empujando a José Alonso, que cayó de bruces al piso.

—Debí dejarlo morir, al menos cinco segundos antes de desaparecer me hubiera dado la razón.

—Ay... duele... —se quejó el susodicho, llevándose la mano a la altura de la herida que le hizo la estaca. Esa que sabía iba a tardar en curarse.

—Pues te aguantas, ¿qué dije yo? ¡No tenías que volver a ese maldito lugar!

—Tú no quieres que Diego me traiga humanos decentes, al final uno tiene que buscar otras opciones de menú... —le dijo el joven vampiro, y se incorporó con esfuerzo para recostarse en el sofá, haciendo un gesto de dolor.

—¿Y qué le pasó? ¿Por qué esa cosa no se le cura? —Diego se acercó a él, y miró con curiosidad la herida. Algo que lo empujó a llevar el dedo al hoyo aún sangrante.

—¡Ahh! ¿Qué te pasa, estúpido? ¡Qué mierda me metes el dedo a la herida! —se quejó como un nene. 

Aliz estaba a punto de perder la paciencia, solo se meció los cabellos con fuerza y respiró hondo. ¿Por qué tuvo que llevarse a esa cría consigo?

—Eso es para que la próxima aprendas a escucharme —le dijo entre dientes—. Y tú, será mejor que aprendas lo que pasa si te alimentas de humanos traficados, en lugar de conseguirlos tú mismo.

—Técnicamente no fue mi culpa, ¿cómo iba a adivinar que aparecería un cazador? —se defendió José Alonso. Ella frunció el ceño. Le molestaba, porque en realidad tenía razón.

—¿Cazadores? ¿No que se extinguieron en el siglo XIX? Al menos eso decían en las clases... — murmuró Diego con escepticismo.

—No debería quedar ni uno de ellos. Ni siquiera se suponía que cruzaran el Atlántico.

Aliz no iba a retirar su palabra: José Alonso se buscó el pleito por ir a ese condenado lugar. Pero lo del cazador... Bueno, eso no tuvo que pasar. Menos en El Sirada. Una ciudad lo suficiente grande, corrupta y populosa para albergar todo tipo de gente, y de alimañas también. Por eso acabaron allí, y creyó que sería suficiente para huir de los pleitos, pero al parecer se equivocó.

Pensó que ese sería el último lugar en el que su clan la buscaría, y quienes acabaron encontrándola fueron los cazadores malditos. Aunque, pensándolo bien...

No, ese tipo no tuvo idea de quien era. Ni siquiera estuvo preparado para enfrentarla. Se dejó morder al inicio, porque los cazadores siempre tenían la sangre envenenada con yerbas, y pensó que eso sería suficiente para aturdirla. Tal vez a un recién nacido como José Alonso, pero no a alguien como ella.

Frontera de cazaWhere stories live. Discover now