23. En nuestras venas

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No tenía idea de cómo logró pegar un ojo esa noche

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No tenía idea de cómo logró pegar un ojo esa noche. Tal vez era saber que Aliz estaba tan cerca de ella. O el estar en la que siempre fue su habitación, pero que ya no sentía suya. A esas alturas estaba convencida de que no podría volver a vivir en esa mansión nunca más, pues sin su padre, ese ya no era el hogar.

Al ponerse de pie, vio que habían dejado la caja de cazadora en la mesa de noche. Y sí, al lado estaba la daga maldita. Apartando la mirada de ella, se bañó y vistió para ir por algo de comer, o encontrar la manera de salir de allí. No tenía que quedarse, ¿verdad? Podía volver a la hacienda con Arabella y su familia paterna, total, ni siquiera tomaron en cuenta su opinión para el plan que tenían, ¿qué más les daba si estaba presente o no?

Fue directo al comedor, andaba algo distraída, llevando su celular en una mano y la caja en la otra. Se arrepintió apenas puso un pie allí y la vio. Sola, en el lugar que solía pertenecer a su padre, estaba mamá. Se detuvo en seco, y cuando sus miradas se cruzaron, supo que ya era tarde para darse la vuelta y escapar. Le fue inevitable no poner los ojos en su cuello. No se había molestado en cubrirse, allí estaban, las marcas que las cadenas de Aliz le dejaron cuando intentó ahorcarla.

—Te esperaba esperando, siéntate —le dijo para su sorpresa.

—¿Qué quieres de mí?

—Siéntate —repitió, manteniéndose tranquila.

Sin saber bien lo que esperaba, caminó y se sentó frente a ella. ¿Qué demonios quería? ¿Amenazarla? ¿Pedirle perdón? No, eso sería muy bueno para ser cierto. Pero solo al acercarse, notó que, entre sus manos, Nanette tenía una caja de madera pequeña. Sin más preámbulos, la abrió y dejó sobre la mesa un pequeño frasco transparente con un líquido rojizo en su interior.

—Bébelo —ordenó.

—No. ¿Por qué tomaría esa cosa?

—Porque tienes que hacerlo.

—Ni siquiera sé que es.

—Claro que lo sabes —le dijo con molestia. Vaya, así que volvía a ser la de siempre—. Es para envenenar tu sangre, así ningún vampiro podrá darte más de una mordida sin morir, o sentir arcadas. No lo has estado tomando, y por eso estás en donde estás.

—Si te refieres a que por no tomar esto Aliz me marcó, te equivocas. Lo hizo justo después que me entregaste a ella para "pagar el precio" —le dijo, haciendo las comillas con los dedos—. Así que no pretendas culparme.

—Cierto —respondió con calma. Mierda, ¡como si eso no hubiera sido su decisión! No podía con su cinismo—. No pudiste defenderte en ese momento. Pero luego estuviste con la familia de tu padre, y Arabella dice que colocaba a diario un frasco en tu mesa de noche. ¿Qué hacías con ellos? No los bebías, obvio. Si no, esta zorra vampira no estaría tan obsesionada con tu sangre.

No respondió nada, solo apartó la mirada con molestia. Bien, eso sí era cierto. Al inicio bebió, sí. Incluso lo hizo con entusiasmo. Pero luego, cuando el anhelo de Aliz empezó a quemarle las entrañas, comenzó a echar el contenido del frasco por el inodoro, y fingió que todo estaba bien. Porque sabía que tarde o temprano Aliz la encontraría, y Arabella también tuvo razón en esa parte: Quería ser mordida.

Frontera de cazaWhere stories live. Discover now