3. La caja

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¿Se suponía que la fiesta había empezado? Sí, bueno, eso parecía

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¿Se suponía que la fiesta había empezado? Sí, bueno, eso parecía. Todo con la elegancia que caracterizaba a su familia, con la opulencia que nunca faltaba. Los invitados que llegaron a la vez, pronto todo el salón se llenó pronto de sus familiares.

El patrón se repetía. Apenas un saludo formal, nada de felicitaciones. A ese punto, Dani se preguntó si tal vez la iban a sorprender con algo, o si así eran las tradiciones de los adultos que jamás quisieron compartir con ella.

Tampoco podía quejarse. ¿Acaso no esperó tanto para tener su fiesta de dieciocho? Al fin iba a descubrir lo que todos ocultaban con tanto celo.

Sus tíos Gracián y Baltazar, hermanos menores de su padre, fueron siquiera un poco más afectuosos. Le dijeron que le entregarían un presente especial apenas fuera posible. Eso lo animó, ¿algo lo suficiente grande para no caber en el salón? Seguro que sí.

Tía Florence, hermana de su madre, le sonrió a medias y le dijo que luego tendrían una conversación a solas. ¿Y qué rayos podía decirle esa señora? Vamos, apenas si hablaban. Ella y mamá eran igual de rígidas. No las entendía, ¿tenía que ver que ambas fueran parisinas? Vivían hace años en El Sirada, ya ni tenían acento. Aun así, pareciera que odiaban estar allí.

Tal vez su tía materna era insoportable, pero sus primos Montagny no tanto. Todos habían nacido en El Sirada, aunque viajaban con frecuencia a Europa. Almeric y Lanslet le caían bien, aunque al primero apenas lo veía. Lanslet había pasado por esa fiesta hacía apenas dos años, así que eran los que se llevaban mejor.

—¿Y qué te ha dicho tu padre? —le preguntó Almeric. El mayor le causaba cierto... ¿Respeto? Era intimidante, eso sí. Podía ser tan frío como sus parientes franceses, hasta peor—. ¿Cómo lo estás llevando?

—Bien, creo —respondió algo nerviosa—. Aún no sé de qué se trata esto.

—Tranquila, ya te vas a acostumbrar —le dijo Lanslet con una sonrisa amigable que ella intentó corresponder.

—Papá dice que es mi bienvenida al mundo que pensaba que conocía, no sé que quiso decir con eso, pero...

—Palabras muy acertadas —interrumpió Almeric—. Hay un largo camino por recorrer, Danielle. Solo espero que seas lo suficiente fuerte y no caigas en el camino.

—¿Por qué están todos tan raros? —Nada de eso podía ser normal. Cielos, ¿qué se suponía que iba a pasar esa noche?

Al mirar de lado, notó que Arabella los miraba. A Almeric. Cuando su primo se dio cuenta, se giró a verla. Ella estaba acompañada del resto de sus primas Bautista, quienes no parecían darse cuenta de lo que pasaba. Los dos se miraron, y cuando Almeric le sonrió de lado, Arabella hizo un gesto de asco, como si fuera a vomitar. Con discreción, le sacó el dedo del medio y se giró, dándole la espalda. Sin duda no era fácil tener que encontrarse con su ex todo el tiempo. Y si Arabella lo odiaba, era por algo.

Frontera de cazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora