14. Primero, las balas

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El corazón le latía de tal manera que pensó le iba a dar un ataque

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El corazón le latía de tal manera que pensó le iba a dar un ataque. Era emoción por sentir que estaba a puertas de su libertad, pero también terror por lo que podía pasar. Estaba segura de que Aliz se contenía, la había visto acabar con su padre en un instante, y derrotar sin que se le moviera un cabello a los vampiros de Narciso Edevane. Tal vez tosía, pero eso no la debilitaba. Si Aliz quería, podía matarlas a todas. Y ella no iba a cargar con más muertes.

—¡Arabella, no! —le rogó—. No la retes, ella... ella...

—Dani, intento salvarte —respondió su prima sin dejar de apuntar. Por su lado, Aliz la apretó más fuerte contra su cuerpo. Tenía un brazo rodeándole el cuello, cortándole un poco la respiración—. ¡Suéltala, monstruo!

—Antes que siquiera dispares, le habré arrancado la cabeza —amenazó Aliz y, como respuesta, Arabella se rio.

—Dios, la fanfarronería en persona. Qué feo alucina esta tipeja, no me conoces, no...

—¡Es una Drak... una... una de las hijas! ¡Hija de ancestral...! —advirtió con esfuerzo. Pues no, Aliz no se estaba luciendo ni amenazando en vano. Ella era capaz de eso y mucho más.

Fueron aquellas palabras las que hicieron dudar al resto de sus primas. Ya habían bajado un poco las armas, pero esa vez fue más evidente que se estaban rindiendo. Bien, al menos así las libraría de una muerte segura en las manos de...

—¡Ah...! —gritó al tiempo que escuchó el disparo, y pronto se sintió liberada. Pero también se dio cuenta de que tenía el cabello y la frente empapada de la sangre de Aliz. Fue ella la que cayó de espaldas. Arabella no lo dudó ni siquiera un instante.

—Ven aquí, Dani. Tenemos unos segundos —le pidió Arabella, y una vez más todas tomaron sus armas.

—¿Qué...? ¿La mataste...? ¿Cómo...?

—Dijiste que es una hija de ancestral, no puede morir tan fácil, así que...

—¡Hija de puta! —exclamó Aliz colérica desde el piso. Se había desmayado apenas un instante, pero se llevó la mano a la frente. La herida de bala no dejaba de sangrar.

—¡Ven de una vez! —Danielle obedeció, y se escondió detrás de su prima.

—¡Milla! —la llamó, su amiga seguía paralizada detrás del sofá, y Diego apenas se asomó, acercándose a la vampiresa.

—¡Le disparó en la cabeza! ¡Le disparó! ¡Debería estar muerta! —gritó Milla, al borde de la histeria. Aun de rodillas en el piso, se acercó a ellas, y se puso de pie con esfuerzo. Las dos estaban detrás de Arabella, quien no dejaba de apuntar a Aliz.

Y, arrodillada en el piso, la vampira les gruñó. La había visto curarse a sí misma en segundos, pero la herida de bala en su frente seguía sangrando. Fue como si Arabella lo hubiera herido con la daga. 

Frontera de cazaWhere stories live. Discover now